Es un hecho que para muchas personas las reminiscencias navideñas nos provocan nostalgia. Entiéndase como reminiscencia el recuerdo impreciso de un hecho o una imagen del pasado que viene a la memoria, y si de fiestas de fin de año se trata es imposible no recordar las mejores navidades de nuestra vida, cuando estaban presentes muchos de los que ahora se han ido.
Una constelación de recuerdos familiares me invaden y el primer impulso es compartir contigo, sesudo lector, parte de la nutrida hemeroteca familiar con la firme intención, quizá algo protagónica, de invitarte a que tú también recuerdes tus vivencias para saborearlas en la dulce sensación de asimilar que pertenecemos a un círculo reconfortante llamado familia.
El primer recuerdo en esta época es el indiscutible y acendrado amor de mis padres a todos nosotros, sus hijos. Tuvieron seis. Mis padres eran de navidades en familia, no concebían un mes de diciembre fuera de casa. Tan solo pensarlo era un sacrilegio. Tuvimos un hogar con las características de un patriarcado, pero con la coordinación de mi madre, a tal grado que lo hacía parecer más bien como un matriarcado. Al final la que mandaba era mi mamá y solo en los casos de extrema gravedad intervenía mi papá. Fueron excelentes cómplices en eso de mandar, nunca se contradijeron y si alguno de los dos veía una probable rendija de contradicción delante de los hijos, simplemente se encerraban en su cuarto para replantear las cosas y no mermar su autoridad.
Perdón apreciado lector si la catarata de los recuerdos desborda todos los diques de la mesura, pero me agrada tener presente aquel pino artificial que guardaba mi madre en una caja de televisión Sony y que nos duró muchos años. Las ramas estaban incrustadas en una especie de alambre grueso con un destello de color en la parte que se incrustaba en el palo central color verde para ubicar el tamaño de las más grandes a las mas pequeñas. Esferas de todos los colores que conforme pasaban los años se iban destiñendo; recuerdo que las más descoloridas las acomodábamos en el lado oculto del pino, si no se quebraban por accidente no podíamos simplemente tirarlas, era como un acto de deslealtad, un mal agradecimiento por los servicios prestados otras navidades pasadas.
Una vez el pino instalado, con sus esferas, sus luces y sus múltiples adornos, se abrían en todos nosotros muchos resquicios para las ensoñaciones. Nos enzarzábamos en la dinámica del festejo navideño. Era ir a la iglesia a escuchar la misma historia todos los años. No lo digo como queja, más bien lo menciono como referencia. Mi mente de niño encontraba cansado escuchar la historia del niño nacido en Belén, no porque me pareciera fastidiosa sino porque, al fin chamaco hiperactivo, lo que quería era ir directo a los regalos que se nos daban a cuanto festejo navideño nos llevaban nuestros padres.
Un ingrediente esencial de nuestra propia identidad como familia era lo concerniente al aspecto culinario. Mi madre hizo que asociáramos la navidad con el amplio mundo de su cocina y la logística de su forma de hacer los diversos platillos y postres que durante todo el mes de diciembre se llevaban a cabo.
En sus años de fuerza ella podía hacerlo todo, pero con el paso del tiempo fue requiriendo del apoyo de sus asistentes domésticas, más tarde de sus hijos y después de sus nietos. Recuerdo con especial afecto que un mes de diciembre me tocó amasar la masa de los tamales. Esta labor incluía por órdenes de mi madre el ir a comprar la masa a la tortillería. No puedo dejar de mencionar que al final de ese día terminé con los brazos molidos y asombrado por traer a mi mente los meses de diciembre en que mi madre lo hacia todo, jamás la escuche quejarse que le doliera algo, hacía las cosas con amor y estoicismo, jamás se quejó.
Se dice que la navidad es para muchos una época de depresión, yo creo más bien que es época de nostalgias evocadoras de tiempos buenos ya idos que no volverán y que nos llevan a emociones mercuriales que suben y bajan. Esto me lleva a entender con cierta lucidez que el mejor de los mundos posibles nunca lo es para todos, amén de que hay ausencias que van dejando ciertas grietas abiertas en el corazón, que más que sufrirlas hay que disfrutarlas por lo que en su momento valieron para nosotros.
Querido y dilecto lector, el tiempo avanzó y parte de la navidad era el bullicio de toda la familia con un inglés macarrónico frente a los hijos y los sobrinos que lo hablaban como lengua materna, pero que al final el lenguaje toral era el amor familiar en navidad. Estoy seguro que todos tenemos historias de navidad. Que tus recuerdos te hagan suspirar y sonreír en medio de la dulce nostalgia propia del tiempo de Navidad.
El tiempo hablará.