Observo con melancolía decembrina a los aficionados del Monterrey que celebran el campeonato reciente de Rayadas, en el torneo femenil Apertura 2021. Mi equipo es Tigres y estuve en el Estadio Universitario, en esa noche fría de lunes, en la vuelta de la Final, en la que las albiazules fueron implacables en el cobro de los penales. Su arquera Alejandría Godínez se agigantó para atajar dos de los tres que erraron las felinas.
Ahora los aficionados de La Pandilla celebran. Se da el caso obligado en el que los seguidores de un equipo varonil le van, también, al representativo de las mujeres. No conozco el caso, por ejemplo, de alguien que hinche por Necaxa de hombres y prefiera a Pachuca de mujeres. Acá en Monterrey, donde la afición come y sueña futbol, este fin de año es completamente de rayas azules, las nuevas monarcas. Y, como es de esperarse, abunda el cruce de burlas, puyas, carrilla de los ganadores hacia quienes fueron superados. Me fascina la forma en que la rivalidad escala a un nivel colectivo, con media ciudad que celebra y el resto que guarda silencio o responde refunfuñando al descalabro.
El sabor de la derrota es amargoso. Le bebida de gusto más desagradable que he probado es el té de pelos de elote. Una vez me lo recetaron como remedio casero y, aunque me ayudó, me lastimó el paladar horriblemente por ese sabor, al que no le encuentro comparación entre los más ingratos que he debido degustado a lo largo de la vida. Son barbas de choclo, me dijo la especialista en natura que me las prescribió. Es una planta de nombre científico Stigma maydis, me ilustró, como si su sabiduría me convirtiera en miel el potaje infame.
Pues más o menos así, con ese dejo ingrato en la lengua, anduve toda esa noche en el coso universitario, después de ver a las agónicas amazonas enfilarse hacia el vestidor, afligidas, llorosas y cabizbajas, mientras las regias celebraban con carcajadas y saltos, en el centro del campo, proclamándose monarcas de este invierno.
Qué espanto es la capitulación. Horripilante es el fracaso. Pero hay que tener madurez para aceptar el triunfo ajeno. Hace muchos años aprendí que hay mucha dignidad en aceptar la derrota sin excusas. Es difícil, claro, porque, como reacción natural, se busca consuelo en hipotéticas injusticias. Es que la silbante esto, es que la silbante lo otro, es que las contrarias aquello. Los que hicimos deportes desde niños, tuvimos la oportunidad de experimentar esa sensación desoladora, de sabernos superados por el contrincante. Algunos, que no se aguantaban, se liaban a moquetes con los rivales, como una reacción insoportable de la alegría de ellos, que creímos que nos correspondía a nosotros. También nos tocó celebrar campeonatos, y ver la orfandad del contendiente. Afortunadamente, la derrota bien entendida en los deportes de niño, te preparan para la vida. No solo te forman como aficionado responsable, si no que también te hacen entender que, en muchos ámbitos de la vida, necesariamente tendrás que perder, deponer, ceder y, quedarte sin la victoria.
Lo que se vive en el Clásico Regio femenil, no tiene paralelo en la Liga. Son cinco veces en las que se han enfrentado en la final, con saldo de tres coronas para las de bengala y dos para las de rayas azules.
Mientras veía esa noche a las visitantes que celebraban en mi cancha y entre mi gente, recordé que en diciembre pasado ocurrió exactamente lo mismo, pero en sentido contrario, en el otro estadio de la ciudad.
Las Tigres se coronaron, también en penales, en la cancha del BBVA en la final de ese Apertura 2020. Y fue en su cancha y con su gente. Recuerdo la agonía de los y las seguidoras de las locales, que sentían precisamente eso que yo sentí anoche. En aquella ya lejana velada yo estaba exultante, feliz, jubiloso, porque mis guerreras auriazules habían levantado la copa, y no me importaba ver a los de enfrente, al borde de las lágrimas.
Entendía, como lo entiendo ahora, que el futbol es cíclico. Que una vez ganas y a la siguiente puedes repetir, pero eventualmente te tocará perder y sentir el corazón estrujado, como sintió el otro, cuando tú y tu equipo eran los controladores del universo. Los necios que no lo entienden así, son los que se violentan, y sacan su lado lactante para patalear, chillas y golpear, porque la dicha del éxito les fue arrebatada, como si les quitaran el juguete que creían para ellos, pero que le fue entregado a otro, que lo obtuvo con merecimientos.
Por ahora celebren, rayados, rayadas. Brindaré por ustedes con una helada infusión de pelos de elote que me dejará escaldada la lengua en esta larga y fría temporada. Y les dejaré guardado un tarro completo, para que lo beban, cuando le toque a mi equipo, de nuevo, retomar el cetro.