Más por fuerza que por gusto, nos vemos obligados a abandonar nuestro “infectado” mundo real para emigrar hacia un mundo virtual. Convirtiéndonos en migrantes cibernautas, nos embarcamos para navegar a la deriva flotando como náufragos en la Internet, esperando llegar a alguna parte. Es un “éxodo” complicado: trabajar, estudiar, comprar, vender, convivir y amar en línea con la consigna de no tocarnos y la esperanza de no perdernos.
Como a cualquier otro migrante forzado por las circunstancias, nos invade una profunda nostalgia por lo que dejamos atrás, allá en nuestro mundo real que de pronto se volvió inhabitable. Pero nos preocupa el hecho de que hasta ahora, no hemos encontrado respuesta ante la cuestión de cómo vamos a satisfacer nuestras necesidades reales que prevalecen en este extraño tránsito entre la tierra y la nube a la que nos dirigimos. Como cualquier otro migrante, nos invade la incertidumbre y el temor por el solo hecho de pensar que este sea un viaje sin brújula y sin retorno.
Si llegamos con vida a donde quiera que vayamos, no tendremos más remedio que reinventarnos, porque lo que aprendimos cuando vivíamos en el mundo real ya no aplica. De nada sirve perder el tiempo lamentándonos por lo que ya no es ni será. Más valdría empezar a imaginar, a planear y a prepararnos para lo que será. Esto es, echar mano de nuestras más elementales herramientas de supervivencia.
Estamos migrando hacia otro “mundo” dentro de nuestro mismo planeta, cambiando radicalmente nuestra forma de vivir en él. Es una migración virtual, un éxodo masivo de una era a otra, sin un “Moisés” como avatar a quién seguir aun que nos tenga extraviados en este “desierto” por décadas. Pero, para allá vamos, ¿A dónde? –No lo sé…A una Tierra Prometida quizás, donde ya nada será igual. Por lo pronto vamos en tránsito, como una caravana llena de dudas cargando nuestros dispositivos electrónicos y el peso de nuestras nostalgias a cuestas.