Oh, añorado cambio generacional en la Selección Mexicana, oh, esperado relevo de jugadores, anhelado desde hace 20 años.
Parece que ya pasó el vagón que debían abordar los próximos héroes. Se ha ido el momento dorado, para que el combinado nacional reverdeciera de la mano de una nueva camada de jugadores, que verdes se quedaron, sin proceso de maduración, ni consolidación en el futbol del nivel superior.
Cuánta falta hacen, ahora que no hay muchos de donde elegir en la baraja del combinado tricolor, cuando falta menos de un año para la siguiente cita mundialista de la Selección mayor.
Quién recuerda a aquellos muchachos de la Selección Sub 17, que en el 2005 ganaron la Copa del Mundo en Perú.
Eran los chicos para que en los siguientes lustros formarían una nueva cara del balompié tenochca. Poco después, en la Copa que se jugó en México, en el 2011, de nuevo se renovó la esperanza por los cadetes que, igual, se colgaron el gallardete y se proclamaron monarcas universales de la categoría juvenil. Hubo vítores y loas para los chicos que izaron la bandera y se colocaron en el punto más alto del pódium.
Se analizaron sus victorias, las estrategias, los acomodos en la cancha frente a durísimos rivales, procedentes de países de prosapia futbolera.
Menciono con dolor a aquellos muchachos que, en suelo peruano, ante Brasil, el seleccionador Jesús Ramírez hizo que lucieran como heraldos de los tiempos nuevos. Alejandro Gallardo, Héctor Moreno, Efraín Juárez, Patricio Araujo, Omar Esparza, Arián Aldrete, César Villaluz, Giovani Dos Santos, Carlos Vela, Ever Guzmán, Enrique Esqueda. Y decir que, de esa generación, tuvo más realce Javier Hernández, que no fue convocado.
Ah, cómo cuesta aceptar que los caballos briosos se quedaron pastando en el arrancadero, y salieron trotando por ahí cuando se les abrió la puerta.
Algunos de ellos cumplieron su sueño europeo y anduvieron por equipos de renombre de aquel lado del Atlántico. Pero cuántos de ellos, realmente, hicieron una carrera ilustre. La pregunta se pierde en el vacío porque la respuesta nadie la quiere dar, por penosa.
Se requiere decir que ninguno de ellos alcanzó la clase mundial, ni siquiera el Chicharito que vistió la camiseta del Real Madrid. Todo un profesional, intachable en su comportamiento, pero sin nivel que lo colocara en un sitial donde estuvieron, digamos, Rafa Márquez o Hugol.
Seis años después, en el 2011, en suelo nacional, Raúl Gutiérrez llevó de la mano a otro pelotón de jóvenes que se debatieron fieros ante las potencias e hicieron valer la localía.
¿Dónde están esos gallardos muchachos? ¿En qué transacción de promotores se habrán perdido? Hay que lanzar alerta de localización por aquellos que fueron chavales prometedores como Richard Sánchez, Antonio Briseño, Carlos Guzmán, José Tostado, Francisco Flores, Arturo González, Julio Gómez, Antonio Casillas, Kevin Escamilla, Jonathan Espiricueta, Enrique Flores, Cesar Fierro, Marco Bueno, Marcelo García.
Luego de aquel triunfo de 2-0 en el Estadio Azteca, ante Uruguay, para levantar el trofeo, todos se evanecieron, sin que se rescatara uno solo como material de exportación hacia otra dimensión, aún mayor de la competencia mundial.
¿Qué falló en la estructura del balompié nacional? ¿Por qué no se le dio seguimiento a los chavales prometedores? ¿Qué les faltó para que dieran ese salto hacia el nivel más alto?
Más que aptitudes físicas, les faltó mentalidad. No adolecieron de talento, si no de determinación.
Por ahí andan todavía algunos, en el futbol doméstico, cuando pudieron haber seguido el llamado de la grandeza.