Sigo pensando en mi madre. Ella no tiene la culpa de perder sus fuerzas y de apenarse porque ya no tiene la vitalidad que nos acostumbró desde que éramos huerquillos.
Tiene 92 años y todavía no pierde su espíritu de servir con mucho amor a sus hijos.
Hace apenas 5 años la llevaba a HEB -de repente no quería que le comprara aguacates en El Mesón Estrella, que porque venían malos- y recorría tooodos los pasillos a buen paso, para surtir la despensa.
Ahora es difícil que pueda cruzar la calle enfrente de la casa de Cumbres, porque no puede levantar sus pies. No hace muchos años si la memoria no me falla, pasaba lo siguiente:
– Cuiden muy bien su boca, mastiquen despacio, el pescado puede tener espinas.
El caldo era habitual en época de Semana Santa, le ponía algo de verduras como papa y zanahoria.
– Se acaban el plato, no dejen nada-, decía. Se preocupaba porque sus hijos crecieran sanos.
En el patio Ricardo, mi hermano pelirrojo, botaba un balón de futbol una y otra vez durante horas contra la pared. En la casa de Escobedo 309 norte, había un patio central con un enorme jardín y un árbol de aguacate, que en temporada producía frutos de cáscara suave y disfrutábamos su cosecha.
En la casa se comía de todo: milanesas de carne o pollo, chiles rellenos de carne deshebrada con pasitas y nuez, picadillo con papas, espagueti, frijoles bayos molidos, pollo pibil y de postre atole de arroz o cajeta con plátano.
Ella dice que la Rosa María cocina muy rico “chun, chun, chun, y acaba todo bien rápido. ¿Cómo hiciste esas lentejas?”, pregunta. La receta lleva trocitos de piña y tocino, así como plátano macho. Son una delicia.
Claro que siempre tuvo “ayuda” en la casa, pero estuvo al tanto de todo lo que se hacía. Recuerdo los días de menudo, como los de fritada, que parecía que hubiera fiesta como algo muy especial.
Imaginen a seis hijos, cuatro hombres y dos mujeres, que por la diferencia de edades comíamos por turnos. En la cena de Navidad no faltaban los pavos rellenos de carne picada, pasitas y nuez; hacía hasta cuatro para repartir a sus hijos y nietos.
Fue muy preocupada con cuidar la casa, “limpieza general”, decía y por el camino corrían ríos de jabón y agua para dejar todo pulcro y de buen olor.
A ella le tocó cuidar a Don Jesús en marzo de 1972, cuando le dio un ataque al páncreas y se lo extirparon. Lety, la primogénita con su hija Ivett pequeña, estaba embarazada de Jesús Mario, porque prometió ponerle Jesús por su abuelo y Mario, por el doctor que lo operó.
Fue un largo periodo en el hospital que pasó doña Esther, de 50 años, esperando la recuperación de “su viejo”, que quedó con la condición de diabetes, lo dejó muy flaco físicamente. Chuy mi hermano, trabajaba para sacar adelante los altos gastos de la casa.
Al poco tiempo el viejo se reintegró a su trabajo en Panadería La Superior, donde era socio. Mamá estuvo al pendiente de sus hijos y hasta ayudó a ordenar la cocina del Restaurante La Superior, donde empezaron a hacer taquitos sudados para la venta al público.
Ganas no le faltaban para emprender nuevos proyectos, como vender pasteles o algo de repostería, hacer empanadas de piña y cajeta, pues había pequeños hornos en la casa de Cumbres.
Ahora a los 92 años sigue lúcida y se preocupa por los gastos de la casa. Me preocupa que dice que no ve bien ni escucha, pero sabe quiénes son sus hijos y nietos, que acuden a visitarla. Dios me bendijo con una madre como ella.