Cuando observo acciones de incivilidad y violencia de aficionados que cuestionan a su equipo de futbol, porque no les proporcionan la debida satisfacción que demandan, pienso en personas mayores de edad que, inadmisiblemente, son rebasados por sus emociones.
La alusión es directa a seguidores de Rayados que, tras el fracaso de su equipo en el pasado Mundial de Clubes, celebrado en Medio Oriente, rebasaron los límites del decoro y la convivencia social, cuando expresan su inconformidad con mensajes macabros, ajenos a cualquier expresión de rechazo, repudio o enfado relacionado con el desempeño de un conjunto que participa en un espectáculo de carácter deportivo. Me pregunto, con curiosidad antropológica, qué motiva a estas personas a conducirse con estos modos. Se me rizan los cabellos de la nuca al pensar que algunos podrían responder que lo hacen porque son hinchas apasionados que sí viven el futbol, a diferencia del resto, que son fans pechosfríos, que no entienden el verdadero sentimiento por la camiseta.
Es bien sabido, como parte de la teoría del marketing deportivo, que el enfado de los seguidores de un club va directamente aparejado con la falta de alegrías que les proporcionan. Cuántas veces no se ha visto que un equipo marcha mal, pero con un buen partido, de resultado que se obtiene con gol de último minuto, se serena la hinchada que, en la tribuna, está a punto de meterse a la cancha para hacer justicia con mano propia a los jugadores que no pueden meter el balón en esa enorme cabaña de cuerdas.
Paradójicamente todo se resume a la dirección que toma la de gajos cuando el jugador tiene que terminar una jugada, en ese procedimiento que, en el futbol, se llama definición. Que entre o no entre a gol, depende el destino laboral de decenas de personas, que participan activamente en un negocio multimillonario. No besa la red la bola y el equipo pierde el campeonato, y deja de recibir millones en sus arcas. Jugadores y entrenadores, cuerpo técnico y hasta administradores son despedidos por que un jugador no pudo resolver con atingencia una jugada, ya sea para hacer la anotación o impedirla.
Y si no hay gol decisivo, los aficionados, por su parte, hacen berrinche, abjuran del equipo y dejan de seguirlo. Rechazan comprar más los boletos y suvenires, camisas, y al dejar de sintonizarlos en TV, hacen que el rating baje. Y todos pierden. Me decía un buen amigo que sabe mucho del negocio de los espectáculos deportivos que un club con una estructura organizacional firme, transmite a sus seguidores la idea de que, al acudir al estadio o al ver el partido en su monitor casero, va a pasar un buen rato. Eso es, en el fondo, un espectáculo deportivo bien entendido. El cliente recibe un servicio, que es participar en la exhibición de un show, en este caso de balompié. Lo que le venden es emociones que compra, lo que le permite desahogarse, con alegría y frustración en una linda montaña rusa de adrenalina. Y al final regresa su casa o apaga la tele y se reintegra a su vida, después de haber pasado un momento divertido de ocio.
Por eso observo que la expresión violenta de la inconformidad es un asunto que va más allá de la prudencia. Algunos aficionados se han dado de trompadas en el estadio y se retiran de ahí con algunos coscorrones o la nariz moqueando sangre. O terminan en la barandilla. Eso, en el caso de los que se descontolan momentáneamente. Pero veo lo que hacen seguidores de Rayados en Emiratos Árabes Unidos y lo único que concluyo es que quien lanzó esa protesta, parece que no entiende que es mayor de edad, y que debe comportarse como tal, con responsabilidad. Debe pensar que tiene quizás hijo, seguramente hermanos o sobrinos pequeños, o hijos de sus amigos que verán horrorizados lo que hizo. Podría entenderse de un adolescente, que hace un berrinche porque su equipo no ganó, pues bien se sabe que los que no han rebasado los 18, aún están bajo la tutela de los padres de familia o son sujetos de reproche del Estado, que no los ha controlado. Pero no se tolera en un vejestorio que deje hieleras con recortes de cabezas teñidas rojo, en una expresión muy similar a la que dejan los criminales cuando quieren aterrorizar a la sociedad. El Monterrey fracasó en el Mundial de Clubes 2022. Fue quinto lugar o, peor, penúltimo del certamen. Algunos aficionados se enfadaron porque fueron al otro lado del planeta, a la mismísima entrada del Golfo Pérsico, en una aventura en la que buscaban conquista la gloria. Para cualquier aficionado al futbol es un premio invaluable que su equipo sea campeón del mundo. Lo han experimentado naciones enteras que ganan un Mundial. Pero esos fanáticos deben saber que nada asegura el triunfo. Parciera que algunos aficionados piensan que con su sola fuerza de voluntad y el fervoroso deseo de levantar la copa, van a conseguir que se haga material su anhelo.
Ojalá vivieran el futbol como una experiencia grata mientas dura, como dice mi amigo, y no incurrieran en conductas que nos intranquilizan como sociedad y no hacen pensar que algunas personas, como los violentos, no tienen otro sustento de vida más que el futbol, lo que, de ser así, debería moverlos a replantear sus prioridades existenciales.