Por lo general, cuando se recurre a la violencia en cualquiera de sus formas, es porque ya se ha perdido la batalla en el terreno del dialogo. No toda la violencia es igual: existe la violencia de agresión y existe la violencia por indefensión. Esta última es una catarsis de frustración, de impotencia, de desesperación, de dolor e indignación. Evidentemente, la conducta violenta que manifestaron las mujeres que participaron en la marcha de ayer 8 de marzo, no se trata de una violencia dirigida específicamente hacia los hombres, sino hacia la sociedad y los iconos que la representan. Un sociedad indolente, indiferente, insensible, inequitativa, impune e injusta ante y contra las mujeres. El problema no son los gritos; el problema es la sordera social.
El tema de la violencia contra las mujeres es de carácter antropológico de orígenes prehistóricos. ¿Quién no ha visto la caricatura del cavernícola arrastrando a la mujer jalándola de las greñas? Por eso el asunto no es para resolverse por medio del diálogo, ni por medio de más violencia y tampoco en el discurso unilateral; sino por medio de acciones tanto afirmativas como permanentes que promuevan una evolución social. Las mujeres estamos hartas de discursos, foros, congresos, conferencias, promesas de campaña, y hasta de manifestaciones violentas y textos estúpidos como éste, que terminan cayendo al estéril vacío del inconsciente colectivo y de ahí no pasa. Entonces entramos a un punto ciego donde ya no se sabe si lo que se busca justicia o revancha.
Por otra parte, los tres problemas ancestrales de la realidad social mexicana que se han exacerbado en los últimos cincuenta años y que afectan más duramente a las mujeres son: la desigualdad, la exclusión y la violencia. En términos generales y en particular en el caso de las mujeres, la desigualdad tiene resonancia en el ámbito doméstico, económico, social, cultural y político con una masa enorme de desposeídas y marginadas del tener, el saber y el poder; alcanzando a repercutir en el acceso a servicios de salud, de educación, de vivienda digna y de empleos seguros. ¡Ni que decir de los obstáculos para acceder a la justicia y a una seguridad pública eficiente!
Las divisiones, las diferencias irreconciliables y la polarización de los grupos sociales expresada en agresiones políticas, económicas, de género y hasta futboleras han alcanzado niveles de violencia apoteósicos. El tejido social se desgarra y la humanidad se cubre el rostro de la vergüenza con las cenizas de lo que podría ser y no es. Ya no hay tiempo para hablar y todos sabemos lo que debemos hacer: Promover (y no “de saliva”) la efectiva aplicación de la paridad; erradicar la violencia y el acoso contra las mujeres de forma preventiva y proactiva en el ámbito político, social y laboral; e instalar así como consolidar la participación y el liderazgo efectivo de las mujeres en todas las áreas de la actividad humana.