Hace ya algunos años entrevisté para un trabajo de presentación de un congreso en el que participé en la UFD del Club Pachuca, al líder de una de las barras del Club Puebla. Ah no perdón, “grupos de animación” (en palabras de Mikel Arriola, presidente de la Liga MX).
En ese entonces yo ya tenía algunos años como reportera de deportes, razón por la cual lo conocí y me permitió entrevistarlo.
Recuerdo que le pregunté muchas cosas sobre cómo y por qué había iniciado en esto. No ahondaré en detalles, lo que sí mencionaré es que alguna directiva, de las anteriores, le regalaba los boletos para los partidos de local, y les ponía los autobuses que fueran necesarios para llevar a su gente a los compromisos de visita.
Con esta barra, de las más importantes, si no es que la más conocida, así como con la otra que existe en la Angelópolis, he viajado a diferentes plazas del país para realizar mi cobertura cubriendo al Club Puebla, a falta de viáticos que me permitan abordar un avión u otro tipo de autobús.
Y he visto de todo. Desde cómo llegan los integrantes de estas barras, hombres y mujeres de todas las edades, pero de un mismo estrato social, hasta bebés o niños pequeños que soportan el frío con tal de viajar con sus papás; hieleras llenas se ven en los transportes, que se terminan a mitad del camino y que provocan que los camiones se vayan deteniendo para hacer “escalas técnicas”.
Pero las escenas son aún más lamentables, ya que chicos mareados, unos ya totalmente embriagados, descienden para vomitar, otros más comienzan con su des…papaye asomándose por el techo de los camiones, entonando los cánticos de apoyo a su equipo cuando ya se entró a la ciudad donde se albergará el encuentro.
Si bien yo entro por otra puerta (la de prensa), sí me he percatado que en ningún estadio de futbol en nuestro país realizan prueba para medir el nivel de alcohol que llevan en el cuerpo los aficionados y barristas.
Caso más reciente el que vi el pasado sábado a las afuera del Estadio Azteca, en donde un aficionado que iba de la mano de su novia zigzageaba al caminar, por la cantidad de cervezas previas que había ingerido muchas horas antes de entrar al cotejo entre Cruz Azul y Puebla.
¡No me quiero imaginar cómo habrá salido del Coloso de Santa Úrsula al término del partido!
Cuestiones así se ven cada fin de semana en todas las plazas de nuestro México, en donde para la gran mayoría de barristas y aficionados comunes, el acudir a estos eventos resulta ser más un escaparate para echar relajo, tomar, fumar, vaya pues, desfogarse al no poder hacerlo durante la semana, ya sea porque trabajan, estudian o porque no hacen nada y están en sus casas bajo el yugo de los padres o esposas.
Y toman como pretexto al futbol, deporte que dejó de ser eso desde hace muchos años, para convertirse en la gallina de los huevos de oro y explotarlo, mejor dicho, sangrarlo hasta más no poder.
En mi opinión, creo firmemente que el primer paso para tratar de erradicar la violencia en los estadios debe de darse en casa, que los padres inculquemos que el futbol es un juego, un partido, en donde se gana, se empata o se pierde, factores que benefician o perjudican a la institución únicamente.
El día que se entienda que es eso, solo un juego y que entendamos que no es indispensable ni necesario para respirar, para que lata nuestro corazón, simplemente para vivir, será entonces que la situación con las barras y su manera (obsesiva) de ver, entender y vivir el pambol podrá empezar a cambiar.
Y para que eso pase creo que estamos a años luz de lograrlo.
Cuídense mucho en su día a día, pero sobre todo al asistir a un estadio de futbol (no lleven la playera de su equipo, mejor pónganse una normal), no vaya a ser la de malas.
Nos leemos la próxima.