“Yo no quiero a Mazzantini,
ni tampoco a “Cuatro dedos”
al que quiero es a Ponciano,
que es el rey de los toreros…
Así rezaba el estribillo de una vieja canción, que exaltaba los logros del matador de toros mexicano Ponciano Díaz, a finales del siglo XIX.
Ponciano Díaz, un singular torero mexicano que usaba bigotes, ha sido en la historia uno de los más importantes exponentes de la tauromaquia.
Dueño de una enorme personalidad y categoría de gigante, Ponciano Díaz, nacido en la ganadería mexiquense de Atenco, tuvo entre el público un altísimo carisma, convirtiéndose en un símbolo de la mexicanidad al considerársele un favorito del público en las últimas décadas del siglo XIX.
El intrépido torero fue un auténtico triunfador, que agrandó al máximo la pasión por las corridas de toros.
Ponciano Díaz tuvo entre sus miles de seguidores un grito de batalla, que escuchaba en su faenas: “¡Ora, Ponciano!”.
Los toros en el siglo XIX eran verdaderas fiestas populares que se complementaban con las charreadas, peleas de gallos y fiestas musicales.
Los toros se convirtieron en una actividad económica relevante, dando enormes ganancias económicas a sus protagonistas. Las corridas de toros a lo largo del XIX causaron en muchos mexicanos identidad popular y cultural.
A principios del siglo XIX los eventos taurinos tuvieron gran trascendencia, pues desde la época insurgente, un personaje como Miguel Hidalgo y Costilla participó en ellos siendo aficionado y dueño de las ganaderías “Santa Rosa” y “San Nicolás de Peralta”, criando y comercializando muchos toros bravos que lidió en plazas del centro del país.
Otros insurgentes también le “entraron al toro”, como Ignacio Allende, que de manera frecuente se ponía frente a los toros en diversos cortijos y cosos.
Era tanta la popularidad de la fiesta brava que las corridas se multiplicaron, construyéndose nuevas plazas, dando y fundándose ganaderías con toros traídos de España.
Fue el 1 de enero de 1877 cuando debutó Ponciano Díaz, con 21 años de edad, oriundo de Atenco, la ganadería más antigua del mundo. Ponciano demostró las mejores cualidades de jinete, lazador y ejecutante de las típicas faenas taurinas campiranas, destacándose por su valor y personalidad.
A partir de ese momento Ponciano se convirtió de inmediato en el máximo ídolo taurino del último tercio del siglo XIX.
La popularidad y arrastre de Ponciano fue en ascenso cada vez más, teniendo sonoros triunfos en México, España, Cuba y Estados Unidos, principales lugares en los que se daban festejos taurinos.
La fama de Ponciano Díaz llegó a alturas insospechadas, comparándosele con la del otro ilustre personaje Díaz, es decir con el mismísimo presidente de México, Porfirio Díaz Morí.
En los chismes de café de la vieja capital se decía que en México mandan dos Díaz, el presidente en el gobierno y Ponciano en los ruedos.
Debido a sus triunfos y al dinero que ganaba, Ponciano Díaz llegó a tener su propia plaza de toros en el centro de la capital, a la que bautizó como “Bucareli”
Ponciano Díaz tuvo una vida desenfrenada, que le provocó una rápida, penosa y grave enfermedad hepática que al final de cuentas le quitó la vida.
Fue el 15 de abril de 1899, a la edad de 41 años, cuando el torero más famoso del siglo XIX dejó de existir.
Con la muerte de Ponciano en 1899, concluyó toda una época del México del siglo XIX.
La afición taurina mexicana, recuerda todavía aquel antiguo dicho:
“Ha concluido ya su historia,
ya no existe aquel Ponciano,
el arte también concluye
y lloran los mexicanos…”