Los aficionados al futbol de muchos países quisieran vivir una Copa del Mundo en su propia tierra. Les emociona que los suyos sean anfitriones de tan singular fiesta deportiva. Sueñan con la invasión étnica de su entorno de parte de futbolistas famosos y visitantes en franca ebullición turística y cultural, aparejada a la que brota de la pelea en la cancha por los primeros lugares en la tabla de posiciones y por ver ondear muy alto los colores de sus banderas tanto dentro como fuera de los estadios.
Los Mundiales de Futbol son una fiesta, sin lugar a dudas. Dígalo, si no, la gente de Qatar, que ve muy lejano el mes de noviembre de este 2022 para disfrutar las incidencias de este deporte de masas en sus bellos escenarios construidos para tal fin.
Pero ya está en su imaginación el gozo de una celebración multitudinaria que ha tenido buenos aperitivos desde hace algunos meses.
Desde que en 1934 nació la “Copa Jules Rimet” en Uruguay y luego se celebró el segundo evento de éstos en Italia, la efervescencia futbolera no se ha detenido. Al contrario, ha llegado a estados de éxtasis en algunas ocasiones y no pocas veces tal paroxismo se ha desbordado o ha caído en mentes perversas que han echado a perder el ambiente deportivo con manifestaciones criminales, como en Alemania 1972. Y también ha sido ocasión de sospechas de “amaños” en las votaciones para favorecer determinadas sedes y, no se diga, de malos manejos financieros de parte de los directivos de la misma FIFA y de otras asociaciones nacionales.
El futbol, pues, es un deporte, sí. Es un espectáculo que viven a tope las multitudes, sí. Pero también es un negocio redondo en el que fluyen abundantes euros y dólares americanos. Pero es la FIFA la que se hincha de dinero manejando esta productiva franquicia, sin que los aficionados se den cuenta, a veces, de lo que significa esta celebración en erogaciones a las finanzas de los países elegidos.
La FIFA se pone muy exigente con las ganancias que ha de obtener de un Mundial. Y no quita el dedo del renglón respecto a las inversiones del país afiliado que organizará el evento, principalmente en lo referente a los estadios y su capacidad o facilidades de traslado en cada ciudad elegida.
Verifica, inclusive, los flujos de la publicidad y los apoyos que llegarán a sus arcas de los medios de comunicación y de las marcas que aspiran a contar con tiempos exclusivos y preferencias en la difusión de sus productos, bienes y servicios. Los dirigentes internacionales no descuidan ni un detalle.
Por eso hay naciones que ni se apuntan. Saben que sus aspiraciones no cuentan con el aval financiero para la realización de una Copa del Mundo. Cuesta mucha lana, que es casi toda para la FIFA. Y, como le ocurrió a Colombia en 1986, no falta un país que retira a tiempo su propuesta o renuncia a seguir adelante en la organización cuando se atraviesan otros problemas de carácter político o de inseguridad pública. Es un paquetote entretener a los ciudadanos con una fiesta de este tamaño, por muy atractivo que parezca.
Por eso, para la próxima Copa del Mundo en 2026, hay ciudades de México que saben lo que les espera si convencen a la FIFA de ser seleccionadas y aun así se atreven a insistir en ser parte de esta fiesta, pero Vancouver y Montreal, en Canadá, y Minneapolis y Chicago, en Estados Unidos, decidieron retirarse como potenciales sedes debido al alto costo. El periodista Chris Selley reporta algunos de los gastos que la ciudad de Toronto tendría que hacer para albergar cinco partidos.
De los 290 millones que se estiman en el costo proyectado, de los cuales 90 millones correrían por la ciudad y lo restante por otros niveles del gobierno, destacan:
$64 millones para actualizaciones a BMO Field que de otro modo no necesitaría, en particular una expansión a 45,000 asientos.
$41 millones para sitios de entrenamiento de un calibre que la ciudad no necesita de otra manera.
$32 millones para administrar el estadio durante los cinco juegos. La FIFA se queda con los ingresos por entradas.
$40 millones para seguridad y protección.
$17 millones para operar el “FanFest” ordenado por FIFA, en una ciudad que se convierte en un FanFest de la Copa Mundial por sí solo cada cuatro años.
$42 millones registrados bajo “contingencia, inflación, impuestos”.
Por sólo cinco partidos, de la fase de grupos, el periodista cuestiona si esta exorbitante cantidad de dinero vale la pena, o si la Federación Canadiense tiene que replantearse la situación.