“Creo que los toros son la fiesta más culta que hay en el mundo”: Federico García Lorca
El Pleno del Congreso de Nuevo León ha declarado a la Fiesta Brava como Patrimonio Cultural Inmaterial, equiparándolo a tradiciones muy nuestras como la charrería y el mariachi, entre otras, y aunque todavía existe la posibilidad que el Gobernador del Estado, Samuel García, haciendo valer facultades ejerza su derecho de “veto”, se tiene la confianza por parte de los aficionados y de la gente del toro que se ponga punto y final a una polémica, misma que no tiene ningún sentido para muchos y que para otros resulta más que todo un caldo de cultivo para llevar agua a su molino.
Y no obstante lo que señalen los acérrimos críticos a la Fiesta Brava, nadie puede negar que “los toros” son parte esencial y ancestral de la cultura mexicana. Y lo es, no porque así lo establezca la ley, sino porque la cultura taurina forma parte de la identidad, la historia y el sentimiento de una inmensa mayoría de mexicanos, independientemente de su condición política, económica, profesional o social, y que se halla en muchos rincones de nuestro hermoso país.
Recordemos que la Fiesta Brava contemporánea es el resultado de un largo proceso histórico en el que confluyen muchas y muy variadas tradiciones hispano-mexicanas; basta recordar que la primera corrida de toros que se celebró en 1526 en la Ciudad de México-Tenochtitlán. Y nos solo ahí, pues se daban también entre los pueblos mayas y en otras culturas que comprendían el centro y sur de nuestro país en todos esos años de los siglos XVI y XVII, por no decir el auge que tuvieron las fiestas populares en los siglos XIX y XX; no olvidemos que “los toros” han sido desde la conquista española parte fundamental de las celebraciones patronales de cada pueblo del nuevo México, con su particular esencia, costumbre y tradición, y eso aunque no les guste a muchos debemos conservarlo.
Pero los “enemigos” de la tradición y cultura taurina mexicana dirán que los tiempos han cambiado, que vivimos en la era de la globalización y que la Fiesta Brava resulta ser Para la modernidad una mancha, una cruel muestra de nuestro pasado anacrónico y violento, cuando por otro lado los defensores “animalistas” y de la ecología se quedan mudos ante el grave deterioro del ecosistema.
No dicen nada sobre la desforestación en bosques y selvas, y hacen mutis ante el inminente peligro de extinción para cientos de especies animales que son cazados furtivamente y sin ningún castigo o sanción de las autoridades, pero quieren desaparecer las corridas de toros condenando con ello la desaparición de la especie del toro bravo.
Y la pregunta que sigue en el aire es: ¿los toros son cultura? Quién se atreva a negarlo seguramente no ha leído a García Lorca, a Ortega y Gasset, y no conoce la poesía de Antonio Machado; o no ha visto películas de Almodóvar, ni mucho menos conoce a Picasso o Goya, o que haya apreciado las artísticas esculturas taurinas de los maestros mexicanos Cobo y Peraza.
Seguramente por desconocimiento o desinterés los “enemigos” de la Fiesta Brava no han tenido el mínimo contacto con tantas expresiones artísticas y culturales que rodean desde hace siglos a la fiesta popular con más arraigo en México, y que por su ignorancia, falta de sensibilidad y aprecio tratan de desaparecer parte de lo nuestro.
Con la declaratoria congresista a la Fiesta Brava de patrimonio cultural inmaterial, se ha ganado una batalla pero no la guerra. Por lo que hay que seguir adelante, pues mientras los toreros, ganaderos, empresarios, periodistas y toda la afición a los toros valore su historia y cultura, alce sin temor su voz y exija el respeto a la diversidad cultural, y mientras exista una afición taurina que reivindique su libertad, la Fiesta Brava seguirá viva.
Porque lo que no se defiende, puede perderse.