Parecía una buena idea. Si se realizaba como lo planearon originalmente (al mismo tiempo que las elecciones intermedias), pondrían al presidente en las boletas. Los partidos tendrían que entrarle al debate y, con los altísimos niveles de aprobación que tenía, lograrían incrementar las posiciones de MORENA y sus aliados en el Congreso y el Senado. La oposición no cayó en la trampa y cambiaron la fecha del ejercicio de Revocación de Mandato. Era una derrota muy clara porque la fecha era lo más importante; la sensatez indicaba limitar las pérdidas y seguir con otro tema, pero este presidente nunca pierde. Ordenó que su partido se disfrazara de organización independiente y levantara las firmas necesarias (2.7 millones) para que se pudiera realizar la consulta de revocación.
Nadie le advirtió, o si lo hicieron no los escuchó, que estaba forzando las cosas. Requería de la oposición para que el ejercicio tuviera sentido, pero los partidos dejaron rodar la bola sin decir ni pío. Pronto las voces más inteligentes en los medios comenzaron a hablar de hacerle vacío evitando acudir a las urnas. No es que la ciudadanía escuche atentamente a los líderes de opinión; es que no tenía sentido ir a votar. Los que simpatizan con el presidente no lo vieron nunca en peligro de perder y entre los que no lo quieren ni siquiera se juntaron los 3 millones de firmas para que se realizara la consulta. Un partido de futbol en que se sabe el resultado de antemano no despierta ningún interés.
Pronto las encuestas que se realizan cotidianamente para la presidencia encendieron los focos rojos: no alcanzarían ni siquiera el voto duro que siempre lo apoya (en 2006 lograron 14.4 millones). El presidente dobló la apuesta: la consulta serviría para medir la capacidad de movilización de su partido. Definiría el piso de votos con miras al 2024. Ayudaría a ver dónde están los agujeros en la organización; saber quién es quién entre los operadores políticos. Todos en su círculo cercano supieron que los estaba evaluando. La desesperación se hizo manifiesta y empezaron a romper las reglas: publicidad pagada por el partido, dinero a pastos para los operadores, lo que fuera con tal de llevar votantes a las casillas. Los diputados intentaron un recurso desesperadamente ridículo: aprobaron un decreto de interpretación de la Ley Electoral que les permitía hacer propaganda abiertamente. El TEPJF lo declaró nulo.
Entonces se lanzaron con total descaro a violar la ley. El propio Secretario de Gobernación retó a que lo penalizaran por hacer proselitismo en favor del presidente. El líder del partido se grabó conduciendo una van para acarrear votantes el día de la elección. Lograron una victoria pírrica: ganaron con el 91%, pero apenas eran 15 millones de votos. ¿Valió la pena?
Cruzaron una línea roja muy importante. Violaron la ley y lo presumen públicamente. Retan a la autoridad electoral abiertamente haciendo gala de su impunidad. Y todo porque el presidente no tiene reversa. No ganaron nada y perdieron mucho; enseñaron el cobre. ¿Hasta dónde llegarán?