Carlo Ancelotti está recostado en la luna menguante, en pleno goce de sus réditos como director técnico del Real Madrid, el mejor equipo del mundo. Acaba de guiar a sus muchachos en una de esas hazañas que se recuerdan por generaciones.
Luego de la espectacular remontada de síncope cardiaco, en semifinales de la Champions 2022 contra el Manchester City, en el Estadio Santiago Bernabeu, comienzan a surgir algunos detalles de la filosofía del italiano, que en su juventud fue un fino mediocampista que brilló, principalmente, en la Roma y Milán, allá por las décadas de los 80 y 90.
Lo que dice el estratega nacido en Riggiolo es que la supervivencia se obtiene con un sólido aparato defensivo. A partir de la primera línea del cuadro, la que destruye los ataques enemigos, se fundamenta el futbol exitoso que desarrollaron, a la perfección la Naranja Mecánica de Johann Cruyff, el panzer alemán de Beckenbahuer y el carnaval de goles de Pelé de México 70.
Lo que propone bien lo pueden firmar Sun Tzu, que cuando escribió El Arte de la Guerra hizo un tratado del engaño y la sorpresa. Igual el Míster pudo haberle tomado algunas ideas a Nicolás Maquiavelo, que entendía la naturaleza humana con sus débiles equilibrios y la necesidad de negociación implacable para la prosperidad individual y colectiva.
Dice Carletto que es necesario estructurar un aparato de defensa para impedir, de entrada, que lleguen los goles, lo cuál lo deja en una situación de espléndido pertrecho, con un 4-3-3 tradicional que, en momentos de apuro se transforma en un 4-4-2, con un marcado refuerzo en el medio campo. A diferencia de otros equipos más limitados, el DT merengue cuenta con un pelotón de jugadores que pueden hacer las transiciones rápidas y verticales, lo que le permite contragolpear en la replegada del rival, que deja enormes huecos que se capitalizan, principalmente en la zancada larga de Benzema, Rodrygo o Vinicuis.
Pero lo que le gusta a la tribuna son goles y en esa parte, Ancelotti es generoso y espléndido como un aristócrata que se pasea en la corte de París. Si bien busca ordenarse en la trinchera para evitar que lo vulneren, adelante le deja total inspiración a sus genios de la arquitectura, Módric, Kroos, Casemiro. No le falta razón cuando dice que no puede enseñarle al croata cómo acertar un pase o recomendarle a Bale cómo se haga un autopase. De la media cancha hacia adelante permite que sus jugadores se conviertan en snipers, y les da la orden de fuego a discreción. Todos ellos practican el futbol como si se repartieran partituras para entonar la sinfónica con acordes mayores.
Por ahí se pueden ver algunas perlas para la colección. Madrid va abajo contra el City en el marcador por dos goles. Necesita hacer un doblete, para avanzar a la final de la Champions. El agua entra por todos lados, la barca está por naufragar. Pero el viento divino infla las velas y hace que la nave se achique y retome el rumbo.
Es el minuto 90. El sacerdote le ha dado la extremaunción al Madrid, que echa sangre por la boca. En un intento desesperado, el angoleño Camavinga se pone el frac y recibe afuera del área grande. Saca de zurda un centro pasado, pero perfectamente dirigido.
Karim Benzema tiene que rescatar la gallina huidiza que amenaza con irse por la línea de meta. Con un split en el aire, duerme la pelota recentrándola, para que llegue Rodrygo, como un rayo y la empuje a la red. Los merengues se convulsionan con un electroshock en la parrilla costillar. La línea plana del cardiograma se altera con picos agónicos. Tienen vida. Ancelotti aprieta el puño, paro no muy convencido. Ya se cumplió el objetivo inicial, que era acortar distancia. Ahora sigue la proeza.
El Madrid ya no tiene orden, Se rompen las filas y solo queda jugar para que una genialidad los lleve al alargue. Al 91, en la desesperación Carvajal envía un ollazo que encuentra dos cabezas, en una extraña jugada en la que primero peina Asensio y luego remata Rodrygo. In extremis, se empata el partido.
En plena debacle, al 93 los citizens deciden inmolarse. Cometen penal a Karim que se encarga de cobrar en la registradora, mientras Pep Guardiola, el genio catalán, no puede creer cómo se rompe su precioso juego de té de porcelana que había cuidado amorosamente durante todo el partido.
Más o menos así juega la escuadra de Ancelotti que, como los mejores pugilistas, sabe que el truco está en pegar sin recibir.