Escribo la presente columna con el ánimo y el fervor ciudadano de saber que estoy a punto de ejercer mi derecho y mi obligación para escoger al futuro gobernador de Tamaulipas. Un aire de satisfacción personal me invade y hoy más que nunca estoy cuidando mi credencial de elector. Te cuento muy breves detalles, sesudo lector, de lo que es y ha sido el voto en nuestro país.
El artículo 35 inciso I de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece la acción de votar como un derecho de la ciudadanía; y el artículo 36 inciso III de la misma carta magna lo apunta como una obligación. Y a nivel estatal, dicha acción electoral, la Constitución Política del Estado de Tamaulipas en el artículo 7º inciso I lo define como un derecho y el artículo 8º inciso I como una obligación. Se lee fácil en ambas leyes pero llegar a este punto de narrativa legislativa no ha sido nada fácil y ha implicado tiempo, esfuerzo y a veces hasta sangre. Así que valoremos lo que tenemos que otros mexicanos en otros tiempos lo hubieran querido y se quedaron con las ganas.
Si buscamos en los anales de nuestra historia es muy factible que en México lo más parecido al voto exista desde la muy lejana época precolombina, cuando los aztecas elegían la terna de los que habrían de ser sus reyes. Claro que los grandes electores no eran la masa en general, casi que era un privilegio de los dioses y tenía algo de místico y misterioso.
Es importante que nosotros en nuestro tiempo presente podamos entender que con el paso de los días la gran conquista indiscutible de nuestra democracia en los siglos XIX y XX fue hacer del sufragio un derecho ciudadano con tres características: que fuera universal, que fuera secreto y que fuera igualitario.
Si lo vemos con lupa y acorde con lo mencionado en las dos constituciones citadas podemos inferir algo de mucho valor y sin la menor posibilidad de error que cualquiera puede votar, sin importar raza, religión, género, orientación sexual, instrucción o nivel socioeconómico. Todo un privilegio.
Esto que ahora ejercemos nosotros implicó mucho tiempo para concretizarlo pues aun a mitad del siglo pasado increíblemente las mujeres no podían votar por una razón que hoy ofende nuestra inteligencia pues se suponían “muy influenciables” y que acabarían votando por quien sus cónyuges varones quisieran. Diría Catón, “Hágame usted el refabrón cabor”.
Cabe señalar que en todo el siglo XIX no se votaba directamente por el presidente, más bien se elegía a un representante que de rebote elegía al presidente. La ofensiva y hasta fascista razón era que los mexicanos más pobres o menos educados podían malinfluenciar la elección porque no estaban “listos para ser ciudadanos”. Ósea se ventilaba la idea de que solo los inteligentes podían votar. El detalle era que, quien definía o media la inteligencia para poder votar.
Querido y dilecto lector, el hecho de que cualquier mexicano, léase también tamaulipeco, pueda ejercer su voto y que éste sea secreto es toda una conquista social que quedó en la ley. Tengamos en mente que no hace mucho cuando los caciques llevaban en bola a sus trabajadores a votar en masa por quien ellos querían. Eso no se nos debe olvidar para no actuar con displicencia a la hora de estar frente al magno momento existencial en que nuestro Estado nos demanda ejercer el voto.
Viene ya el momento culminante de este proceso electoral para cambiar de gobernador. Las personas nacidas en el 2004 votaran por primera vez, me emociono por ellos, esos jóvenes electores se merecen una explicación de lo que va a suceder en Tamaulipas el próximo domingo 5 de junio y espero que nuestro pudor cívico les ilustre a ellos la importancia de ir a votar y no dejarlo para otra ocasión.
Es una decisión intima. Es una decisión libre. Es una decisión en silencio. Ahí estaremos en la casilla definiendo el destino de Tamaulipas en dos elementos materiales: una pluma y nuestra boleta. Es el único momento en que los ciudadanos opinamos y nuestra opinión es en toda su magnitud tomada en cuenta.
En el contexto electoral, observando los hechos y recordando la historia, no hay lugar para ignorar nuestra cita con el destino y acudamos a votar para después poder tener la grata sensación de que participamos en la definición de los destinos de nuestra amada tierra donde nos ha tocado vivir.
Este 5 de junio acudamos a nuestra cita con la historia. Cuidemos como oro molido nuestra credencial y definamos nuestro rumbo sin temor ni pudor.
El tiempo hablará.