Es la Primera División de Argentina. Clásico de La Plata, celebrado el 5 de junio en el Estadio UNO Jorge Luis Hirschi, casa de Estudiantes que, ese domingo, empata a un gol con su rival Gimnasia y Esgrima. Ha sido un juego disputado con pulcritud, y que ha dejado contentos a los espectadores.
La nota se da al final del juego. Tras el silbatazo, Rodrigo Rey, arquero del Lobo, recoge sus bártulos a un costado de la portería. No es más que una toalla y una garrafa para hidratarse. Pero en el trayecto algo escucha de la tribuna, que lo mueve a saludar y a tocarse el pecho, quizás el emblema de Gimnasia, para resaltar el orgullo que siente por vestir la camisa. Los jugadores locales del Pincha, como enloquecidos lo rodean, reclamándole. Hay algunos empujones, pero no resultan consecuencias, más que una justa amarilla para Rey, por una actitud reprochable de presunta provocación al graderío.
Ahora se sabe que el portero actuó con mucha prudencia, pues desde la tribuna de los locales se mofaron de su problema del habla, comúnmente conocido como tartamudez. Rey ha explicado públicamente, en un gesto de gran seguridad personal, que desde niño padece un trastorno del habla llamado por los médicos disfluencia, que consiste en bloqueos de la expresión oral, lo que impide que las palabras fluyan. Cuando el sujeto en esta situación quiere hablar, los pensamientos se le amontonan, porque van más rápidos que su capacidad para verbalizarlos.
El problema fue que el golero le respondió a un grupo de cinco o seis hinchas de Estudiantes, según él ha contabilizado, que lo atacaban por el handicap. Y respondió con un evidente gesto sarcástico para hacerles suponer que sus comentarios no lo mellaban. Es obvio que sí le llegaron, pero respondió a la altura, como profesional, pues nadie puede reprocharle que haya levantado una mano y acariciado el escudo de su institución, en vez de gesticular con agresividad o con majaderías, para responder a los atrevidos.
Vaya que estoy de acuerdo con Rodrigo cuando considera lamentable que se tenga que polemizar tras un juego de futbol, con cuestiones que no tienen qué ver con el balón. Aún caliente por la adrenalina, a la salida del estadio le dijo a la prensa que esos aficionados lo hostigaron durante toda la velada y se mofaron de su condición del habla que padece desde niño. Son cuestiones, dijo, que no suman ni a la sociedad ni al futbol. “Que puteen y eso, bueno, pero hay cosas con las que no va, y más cuando viene desde la maldad, para hacer daño al otro. No está bueno, nunca, ni conmigo ni con nadie, porque el futbol es otra cosa”, dijo con sabiduría y sobreponiéndose, en plena entrevista, a sus propias limitantes para expresarse.
Afortunadamente han sido instantáneas las reacciones de respaldo hacia el guardameta del Lobo. Como en el futbol caben todos, el Ministro del Interior de Argentina, Wado de Pedro, quien ha sufrido una condición similar, expresó su solidaridad y destacó la entereza del agredido, para no rebajarse y responder a la altura escasa de sus detractores encomió que la de Rey sea una de las voces que cada vez se integran, con más energía para reprochar a la intolerancia.
Ahora que se comienza a asentar el polvo tras el revolcón mediático que significó para el jugador y la hinchada este exabrupto, resulta saludable que en el deporte profesional se toquen estos temas que tienen qué ver con el uso de una tribuna, para esparcir malestares personales, en este caso de un grupo de seguidores de un equipo de futbol. Los sociólogos dicen que, en un entorno comunitario, necesariamente tiene que haber entes antisociales. La teoría maltusiana que habla del crecimiento exponencial de la población, y su gradual pauperización, afecta directamente a la convivencia. Esta precarización en el nivel de vida de algunos, podría suponer el génesis de los sectores que se comportan en contra del sentido de la convivencia armónica y contravienen el orden por un malestar íntimo, unitario y singular. Desde esa perspectiva, ellos se sienten mal al interior de su propia persona y, en un desdoblamiento freudiano, quieren que los demás sufran lo mismo. Por eso putean al prójimo, como se queja Rey. Por extensión se sabe que estas personas son los malos aficionados, los que atentan contra la naturaleza deportiva del futbol, como un juego de caballeros, en el que debe de prevalecer la destreza por encima de la marrullería.
El hincha pernicioso, el de las conductas proscritas, es el que toma asiento en la tribuna con ánimo de incordiar. ¿Qué gana esa persona que lastima con insultos al portero del equipo rival? ¿Qué tan mal ha de sentirse en su interior, para necesitar el dolor ajeno para obtener alivio?
Los que seguimos en el futbol sabemos que son menos los impresentables que van al estadio. Pero por tipos como los que insultaron a Rey, es por lo que de vez en cuando se mancha el balón, que debe estar permanentemente limpio, solo marcado por la clorofila del césped o por el caliche sagrado de los llanos, donde se forman los futuros profesionales.