Cuando mi primogénita perdió su primer diente, le contamos que un ratón llegaría por él y a cambio le dejaría dinero; así que al irse a dormir lo puso bajo su almohada y cuidadosamente durante la madrugada colocamos un billetito que fue encontrado por la mañana, provocando una gran sonrisa con una “ventanita”, originada por la caída de la pieza dental.
El hallazgo fue compartido con sus hermanos, que ansiosos esperaban el momento en el que el ratón los visitara.
Se le cayó un diente, y luego otro, hasta que el día de hoy a su hermanita se le aflojó uno y entonces dijo: “¡mamá, tengo un diente flojo!, ¡ya se me va a caer y va a venir el ratón de los dientes!”.
Su alegría era obvia, pero al contrario, su hermano se veía preocupado, algo triste; poco después se acercó para decirme: “mami, fulanito me dijo que su papá había matado al ratón de los dientes”.
Su cara mostraba tristeza y creo que también decepción; su hermana mayor le dijo que no era cierto y yo intervine para reafirmárselo y pedirle que no hiciera caso, que no se preocupara, y que cuando el diente de su hermanita o alguno de él se cayeran, el ratón vendría por él y le dejaría una recompensa.
En tiempos en los que muchos tienen urgencia por una madurez adelantada de los niños, en los que se les exige crecer a pasos acelerados, creo que es importante cuidar su inocencia y alimentar ilusiones, dos cosas que la niñez debería vivir a plenitud.
Ya tendrán mucho tiempo para lidiar con la cruda realidad de la vida, para enfrentar decepciones y desilusiones, y resignarse a que el día a día puede alejarnos cada vez más de la dulzura de la infancia.