Mucho se ha dicho y escrito respecto a la pobre -pobrísima- respuesta de la afición regiomontana a los partidos del Premundial Concacaf W que se está llevando a cabo en el Estadio Universitario y el BBVA.
Existen quienes (como yo), cuestionamos esa famita que los medios locales, los influencers deportivos en la nómina de los equipos y los periodistas chicharroneros han querido adjudicarle a Monterrey de que es “la mejor afición de México”.
Es cierto, pocos estadios en el país registran los llenos que casi siempre tiene “El Volcán” y pocas aficiones pueden presumir el nivel de seguimiento y pasión que su equipo levanta como los hinchas del Monterrey.
Quienes defienden el mote de “la mejor afición de México” aseguran que ninguna ciudad en el país siente y vibra tanto por el futbol como la capital de Nuevo León… una teoría que hoy se ha desmoronado como la mentira que es.
A la gente de Monterrey no le gusta el futbol, si le gustara estaría volcándose a los estadios no solamente para apoyar a la Selección Mexicana de Futbol, sino para ver jugar a Estados Unidos, cuatro veces campeonas del mundo y Canadá, la más reciente ganadora de la medalla de oro en los Juegos Olímpicos.
Si lo suyo fuera disfrutar el juego, estarían apreciando la calidad en aprovechar los espacios mostrada por las chicas de Costa Rica o la fortaleza de las integrantes de la selección de Panamá, quienes barren y pegan mucho mejor que cualquier defensa de Tigres en la actualidad.
Se emocionan con un tipo que, es cierto, estuvo en la selección campeona del mundo aunque apenas haya jugado un par de minutos y desprecian a todo un equipo que lo ganó en cuatro ocasiones ¿cómo suena esto lógico?
Pero no… justifican su indiferencia culpando a los horarios de los juegos, al calor, a los precios de los boletos… a que son niñas las que están en el campo “y ellas no saben jugar”.
Este último pretexto es el que más me revienta, pues revela un machismo estúpido y una enorme ignorancia selectiva, pues la mayoría de estos “aficionados” han alabado la entrega de las amazonas y rayadas cuando se han enfrentado en las ya legendarias finales de la Liga MX.
La realidad es que a Monterrey no le gusta el futbol, le gusta el mame que se genera alrededor de Tigres y Rayados, su rivalidad, sus programas de análisis chicharronero, el estarse peleando en Twitter con desconocidos nomás porque defienden unos colores a los suyos, emborracharse los fines de semana con el asador encendido y el partido como ruido de fondo.
Dicen que son la mejor afición de México cuando, en realidad, piensan en chiquito. Sus metas se terminan en los límites de Santa Catarina y Cadereyta… para ellos su alfa omega son “el Volcán” y el BBVA… si hay algo más grande allá afuera no les importa.
Este enanismo futbolero me divierte mucho porque todo este alucine de que sus Tigres y Rayados son poderosas instituciones que siembran el terror en cada estadio en el que se plantan existe únicamente en sus locas mentecitas.
Carlos Vargas, un joven compañero de Hora Cero Deportes, quien llegó procedente de la Ciudad de México a apoyar en la cobertura del Concacaf W, me confirmó algo que ya sabíamos: en la Ciudad de México se orinan de la risa cuando escuchan eso de que Tigres y Rayados son equipos grandes… es más, fuera de esta burla, nadie por aquellos rumbos hace en el mundo a los equipos de Nuevo León.
Lo mismo pasa en Tamaulipas, en Sonora, en otros estados de la República quienes saben que allá en Monterrey hay un muy buen jugador llamado Gignac, pero hasta ahí.
Sin embargo, debo de agradecer que estos “aficionados” no estén acudiendo a los estadios para los juegos de la Concacaf W.
Me alivia ver que las gradas están libres de enajenados sin camisa, de borrachos agresivos, de buchones y buchonas que nomás van al Estadio para presumir sus cadenas de oro, sus senos operados, sus implantes de glúteos.
No saben el gusto que me da que en lugar de ver esos especímenes me he encontrado con cientos de familias que acuden a disfrutar de los juegos juntos, tranquilos de que no van a ver a un hincha intoxicado hacer desfiguros.
Faltaban 30 minutos para el inicio del juego entre México y Jamaica. Miguel y su pequeño hijo Miguelito se enfilaban a la puerta de acceso del Estadio Universitario.
Orgulloso, Miguel veía a su niño portar feliz la camiseta negra con rosa de la Selección Mexicana… esa que parece suéter de César Costa.
Me acerco a ellos para hacerles una breve entrevista y el niño, feliz, me anuncia con un grito que le va “a México y a Tigres” y esta es la primera vez que acude a un estadio de futbol en vivo.
Concluye la conversación, los dos migueles entran al estadio y no vuelvo a saber nada de ellos, aunque intuyo que se la han de haber pasado bomba. El niño porque conoció por dentro al Universitario y el padre por el orgullo de ver que por medio del futbol está creando un vínculo con su hijo.
Mientras camino de regreso a la oficina pienso en Miguelito, en su inocencia, en su gusto por el juego, en cómo aún Monterrey no le enloda la mente con todas las tonterías de la hinchada.
Entonces llego a una conclusión: me da mucho gusto que san muy pocos miguelitos los que están yendo a las gradas durante los juegos del Concacaf W, prefiero a este puñado de niños que a miles de barristas enajenados.
Fanáticos de Tigres y Rayados, sigan así por favor, ignorando el Premundial, a quienes sí nos gusta el futbol no los necesitamos en las gradas y es más, estamos muy a gusto con su ausencia.