En el futbol es bien sabido que el negocio se divide en tres secciones: taquilla, esquilmos y derechos de transmisión. Los ingresos que llegan en partes iguales dan un todo que ha derramado el equivalente a un río caudaloso de pesos dólares y euros a los involucrados en la lucrativa actividad. Son el futbol y las telenovelas (o series de streaming ahora) las grandes mercancías que pueden ofrecer los empresarios de la TV mexicana a los consumidores, tan ávidos de emociones para ver en una cancha, y de la esperanza que provocan esos dramones en los que, al final, ganan los buenos.
Pero la saciedad de los inversionistas escala siempre. Ahora el balompié profesional, que era un disfrute en transmisión abierta, se ha privatizado a niveles del absurdo. Decían en la película El Rey de la Comedia que las transmisiones de televisión eran, en realidad, el espacio que dejaba la barra de programación entre comerciales. Eso es completamente cierto, o por lo menos lo era, en un tiempo en que no se habían popularizado las señales de cable y los servicios de paga. Las señoras veían telenovelas con unos minutitos de progresión entre las pasiones de los protagonistas, intercalados con eternidades de compromisos comerciales. En los partidos de balompié pasaba lo mismo. Entre alineaciones, cambios, faltas, corners, se han introducido pautas para vender productos. La pantalla se empequeñece y casi no podemos ver a los jugadores, mientras, en el resto del monitor se ve la nueva camioneta que será lanzada al mercado. En la teoría del marketing se dice que si no te cuesta el producto que te proporcionan, es porque tú eres el producto que se vende.
He seguido con un mínimo de atención, pero con una gran carga de congoja, la más reciente de las disputas de los colosos de las transmisiones de televisión que riñen entre ellos para obtener mayores dividendos en los aficionados. Dicen en África que cuando los elefantes luchan el pasto es el que sufre. El desdeño hacia el espectador es total y obsceno. En realidad, las empresas ya no guardan siquiera las formas para decir que lo que quieren es que la gente, el gran comprador, les otorgue su favor para seguir cobrándole. El resultado es desánimo entre los aficionados.
Conozco amigos que ya renunciaron, en definitiva, a seguir los juegos de los equipos profesionales por los canales lícitos, debido a que los cobros abusivos les resultan inaccesibles. En vez de eso, o sintonizan la radio o buscan las emisiones de internet a través de señales piratas, que es otro de los tumores que no ha podido erradicar la legalidad. Y hasta parece que podemos simpatizar con quienes encuentran transmisiones de juegos en las páginas ocultas e ilegales, como si fuera una venganza del lumpen hacia la clase pudiente.
Recordemos la crisis reciente del boxeo en México, que durante años fue secuestrado por el pago por evento. Hubo una disminución dramática del interés de los aficionados, al grado de dejar de seguir las grandes peleas que antes se veían en la señal abierta. La contratación de esos acontecimientos resultaba demasiado onerosa, por lo que hubo una pérdida considerable de seguidores al deporte de las trompadas. Hasta que los dueños de los medios entendieron que también entregando el producto sin cobro de emisión podrían capitalizarse, lo que felizmente terminaron haciendo. Ya se ven peleas cargadísimas de anuncios y diferidas, aunque parece ser que es un precio pesado que hay que pagar por el disfrute de las peleas.
Quién sabe si los dueños de los equipos y de las cadenas de telecomunicaciones sean sensibles al daño que provocan entre la afición con loa cobros cada vez mayores y las restricciones que se incrementan para ver los juegos. Ya no se puede seguir a un equipo, a menos que se paguen precios prohibitivos.
Ojalá que no terminen decapitando al ganso que les ha entregado durante décadas huevos dorados.