Citaré el siguiente recuerdo porque tiene relación con las elementales reflexiones que someteré aquí al cuestionamiento del lector, no para satisfacer ansias de venganza contra quienes trabajan tan desinteresadamente por los demás, que la vida acaba premiándolos con importantes fortunas.
Evoco entonces cuando sin tener la intención de hacerlo, eché a perder, aunque fuera momentáneamente, el triunfo que experimentó un candidato coahuilense a senador.
En el 2006 una universidad de Saltillo lo invitó a un debate, para el que se preparó con dedicación, pero en torno al cual no existía la expectativa de una victoria apabullante, debido, sobre todo, a sus moderadas dotes de orador y seria personalidad.
Empezamos el evento con el pie derecho, cuando al ser sorteado el orden de las intervenciones nos correspondió cerrar el debate. Luego, el equipo fue testigo del mejor desempeño de nuestro candidato en toda la campaña, hecho confirmado cuando su principal opositor condujo el mensaje central del cierre al terreno económico, especialidad de nuestro aspirante, empresario además.
El involuntario “pase a gol” que se nos puso fue aprovechado con un fin de encuentro contundente y superiormente informado, quedando claro el amplio conocimiento del candidato para el que trabajábamos.
Empero, no todo sería miel sobre hojuelas para él, no al menos teniendo “al señor Contreras” en su equipo.
—¿Cómo lo viste?—me preguntó cuando caminábamos hacia su vehículo.
Le bastó ver mi cara para anticiparse a la respuesta:
—¿Ahora qué fue lo que no te gustó?
—Pensé que nunca te lo diría, pero estuviste excelente: sin duda serías el ganador del debate, a no ser por una sola cosa… Eres priista.
Pese a la razón que le daba el triunfo, la mala imagen de su partido y candidato a la presidencia acabaría imponiendo en la opinión pública, aunque fuera injustamente, a otro ganador.
Esconder los pecados propios puede ser fácil, pero huir de la sentencia de quienes nos rodean puede resultar imposible.
Hace dos semanas contraje por segunda vez COVID, sí, ese coronavirus que algunos creen ya no existe. En esta ocasión, las molestias duraron más, llegando a ser tan incómodas que las interpreté como avisos para empezar a desalojar el sitio que ocupo en el mundo.
Aunque sabedor del gusto de la vida por las bromas y sorpresas, tomé en serio esas advertencias y decidí dedicar, hoy que aún puedo, esta colaboración editorial a una persona que todavía no sabe leer, es más, que está en esas primeras etapas superiores de la existencia en las cuales el ser humano sólo se dedica a vivir.
El hombre podrá pervertirse con el paso del tiempo para mimetizarse con lo establecido, pero en ese mismo transcurrir también tendrá la posibilidad de desarrollar virtudes para innovar el mundo recibido.
Con la certeza de que no atestiguaré su adultez y de que la eternidad será corta para darle las gracias por desbordar mi corazón con su mirada de esperanza, quiero reconocer el triste legado que la generación de la que soy parte le heredará en materia de institutos políticos, cuya seriedad debería ser sólido pilar de la democracia.
¿Sabes, Emilia, que frecuentemente escucho hoy argumentaciones de los partidos, que si las hubiera sugerido a mis clientes en la época del PRI hegemónico, del PAN aún leal a sus principios y del PRD cuando era de izquierda lo menos que me hubieran dicho sería “¿quieres que se rían de mí?” o “una cosa es lucrar con el prójimo y otra hacerlo y burlarse de él”.
Percibo que el desprecio a la inteligencia ajena destaca en México, donde en unas y otras franquicias, también llamadas peyorativamente “partidos políticos”, las estrategias para penetrar en los electores parecen partir de suponerlos tan tontos como para pintarles, con aires de supuesta santidad, adversarios con forma de demonios.
Tal vez también creen que los votantes acumulan tanta hambre y agravios que son capaces de suponer que son reales los paisajes pintados desde ese mismo estado de santidad, aunque la vida cotidiana esté reñida con el colorido y belleza de las formas irreales que se pretende sean admiradas como si fueran verdaderas.
Posiblemente no haya consejo más elemental que dudar acerca de aquello que parece todo bueno o todo malo. La pintura más realista de la vida presenta medios tonos y se crea con el encuentro de ideas, no con dogmas, amada Emilia.
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