No puedes decir que conociste Ixtapa si no fuiste a Zihuatanejo. Ixtapa es la zona turística, donde hay hoteles cinco estrellas con servicio todo incluido, restaurantes panorámicos en los picos de las montañas, donde subes en un teleférico con vista al mar y envidiables atardeceres; hay varios campos de golf, complejos habitacionales privados de condominios con canchas de tenis y pádel, y una marina que resguarda lujosos yates y con restaurantes de comida internacional.
Y a lo largo de una bien cuidada avenida con ciclopista de 2.5 kilómetros, solo hay dos accesos públicos a la playa. En esta zona todo parece estar en su lugar. Nada falta, nada sobra.
En cambio, en Zihuatanejo está el folclore con un muelle donde los pescadores descamisados, con cerveza en mano, regresan en sus lanchas cargados de turistas que vuelven de la Playa Las Gatas, y con pescados y mariscos frescos para su venta al público a precios más baratos.
Por el pequeño malecón hay puestos de artesanías y fondas de comida, y no puede irse sin probar las tiritas de pescado, de preferencia de pez vela con cebolla morada, limón y picante.
Cuando cae la tarde, los pobladores de “Zihua” se reúnen alrededor de una cancha de basquetbol, cuyas tribunas sirven de asientos para el público que los domingos disfruta de grupos musicales y otros eventos culturales.
En un pequeño mercado rodante se ofrecen elotes, tacos de bistec, chorizo, suadero, tripa y de pastor; pizzas, quesadillas, gorditas de chicharrón y aguas frescas de varios sabores. A unos metros está un pequeño museo que se recorre en quince minutos. Y metros más adelante un andador que bordea la playa que huele más a aguas negras que a fauna marina.
Se ven pescadores con cañas o botellas con hilo sedal que pasan horas hasta que un dorado, mero, jurel o huachinango muerde el anzuelo. Su destino será una cocina familiar donde un sartén con aceite bien caliente lo espera para freírlo, o una cazuela con agua hirviendo y especias para un buen caldo.
Si el turista tiene suerte, verá uno o varios cocodrilos tomando el sol sobre una isleta de un canal que arroja sus desechos a la playa. Ahí, bajo su propio riesgo, las familias de “Zihua” que no pueden ir a las limpias playas de Ixtapa mitigan el fuerte calor de este verano.
Por 350 pesos regateados (porque el precio inicial es de 600), una lancha pasea a los visitantes por la bahía, donde se puede ver desde el lujoso hotel de Salma Hayek que cuesta mil 500 dólares la noche, hasta el Partenón del “Negro” Durazo, uno de los personajes del viejo PRI del sexenio de José López Portillo.
Y al acabar el recorrido de media hora, luego de poner los pies en la tierra, no se puede imaginar a qué sabrá una fría XX Ámbar en botella, o una michelada de a litro con cerveza oscura.
Si tiene suerte, entre septiembre y marzo se podrán avistar ballenas jorobadas que llegan a las cálidas aguas del Pacífico mexicano después de un largo trayecto desde los fríos mares de Alaska.
Ni Ixtapa ni “Zihua” son como Cancún o la Riviera Maya. No tienen sus aguas color turquesa, ni los parques acuáticos a precios en dólares como si fueran los de Disney, y menos el glamour del masivo turismo europeo. Sin embargo, es un lugar que, al menos una vez en la vida, deberá estar en la agenda de unas vacaciones.
Y con toda seguridad volverá tomar el avión o carretera, porque no se podrá perder la maravillosa experiencia de ver desovar a las tortugas y, todavía mejor, el regreso al mar de las recién nacidas; caminar y dejar tus huellas sobre la húmeda arena por el fuerte oleaje del atardecer… y presenciar una increíble puesta del sol.
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