El escándalo reciente de tres jugadores de las Chivas vuelve a traer a la discusión la importancia de que los deportistas profesionales de cualquier disciplina desarrollen sus mentes con la misma intensidad que sus cuerpos, particularmente en un país tan lastimado y vulnerable por el crimen organizado como México.
La influencia del narcotráfico en la sociedad es más que manifiesta a través de la llamada “narcocultura”, de la que se desprenden modas, estilos musicales y hasta arquitectura. Lo que hace décadas se conocía solamente de manera regional en el Norte y el Pacífico se extendió incluso internacionalmente en buena parte gracias a la explosión del internet. Al popularizarse el fenómeno, la aceptación social -por miedo o por conveniencia- alcanzó ya a todos los estratos y géneros.
Por su complejidad social, este es un problema multidimensional con varios elementos entrelazados que vale la pena separar en el análisis: el jugador y sus decisiones, los equipos como organizaciones gestoras de recursos humanos y el crimen organizado como influencia o conveniencia.
A nivel mundial, el deportista profesional en promedio es inculto, inmaduro y con poca educación. Ejemplos hay de sobra y en todo el mundo: desde Julio Cesar Chávez y sus adicciones a las drogas y amistades comprometedoras hasta JA Morant, estrella de los Grizzlies de Memphis en la NBA quien ha sido suspendido dos veces por la liga después de que el mismo jugador transmitiera en redes sociales disparando al aire una pistola automática.
“El que nunca ha tenido y llega a tener, loco se quiere volver”, dice un refrán mexicano que bien ejemplifica lo que sucede cuando estos jóvenes inmaduros aseguran contratos millonarios en los que el dinero, el tiempo y la fama sobran.
Muchos entrenadores y exjugadores han advertido de los riesgos que existen cuando estas jóvenes mentes se dejan seducir por el orgullo, la fama y el hedonismo. En el futbol mexicano, seguramente el deporte profesional colectivo mejor pagado en el país, abundan las historias de escándalos, derroches y hasta tragedias causadas por el manejo inadecuado de la fama y los millones.
Con el auge de la “narcocultura” y sus derivados, estos jóvenes deportistas pueden ser fácilmente atraídos a lugares comunes donde los criminales, acostumbrados a comprar lo que se les antoje, suman lealtades y forjan relaciones entre costosas bacanales. Sin criterio y con mucho dinero, los jugadores son presa fácil.
En la década de los 80´s, el futbol profesional colombiano fue infiltrado por el narcotráfico. Reportes de la época consignan que hasta siete equipos fueron en algún punto propiedad de líderes criminales, siendo el Atlético Nacional el más conocido por haber sido propiedad de Pablo Escobar en el mismo año en el que los de Medellín ganaron la Libertadores. La relación entre algunos jugadores y el narcotraficante fue tan cercana -por conveniencia o miedo- que mientras Escobar estuvo internado en la cárcel “La Catedral” acostumbraba “cascarear” con algunos profesionales que lo visitaban sin restricciones.
En México, la presencia de dinero deshonesto en el futbol profesional ha estado presente desde hace muchos, muchos años y no necesariamente siempre ligado a crimen organizado. Uno de los casos más recordados es la participación del empresario Carlos Ahumada, quien se encuentra detenido en Argentina esperando extradición a México donde es acusado de evasión de impuestos. En 2002, Ahumada compró al León y en el 2003 al Santos de Torreón. Con el tiempo, el empresario involucrado en escándalos de corrupción que alcanzaron hasta el hoy presidente Andrés López, vendió los dos equipos en medio de sus luchas legales. Seguramente existen no pocos casos de dinero del narco invertido en el deporte como inversión o como diversión.
El escándalo reciente en las Chivas, que no es el primero en el club, deja claro que existe una gran responsabilidad de los equipos profesionales como organizaciones gestoras de recurso humano en darle a sus activos mucho más que instalaciones adecuadas y pagos a tiempo. Con los tiempos de violencia y deterioro social en el país, el futbol mexicano debe hacer mucho más por sus empleados. Si, existen reglamentos internos, códigos de ética y esfuerzos institucionales para que haya disciplina, pero ya no es suficiente. Las jóvenes mentes de los futbolistas profesionales necesitan ser guiadas con propósitos mucho más allá de solamente patear una pelota.
Con tiempo de sobra entre partidos y entrenamientos, los jugadores profesionales puedes recibir clases de finanzas, ética profesional o español. Obligados por un contrato, la educación se recibe por se recibe y se acompaña de un seguimiento personalizado.
Recientemente, el exfutbolista argentino y hoy entrenador del Atlético Independiente de primera división Carlos Tevez reveló en una entrevista que, a través de ejercicios para mejorar la capacidad de toma de decisiones en la cancha que incluyen resolver operaciones matemáticas después de un intenso esfuerzo físico, encontró que tres de sus jugadores no saben ni sumar ni restar.
Lo más triste de esta situación es que la victoria recicla el asombro. En México, las chivas golearon al Atlas, y Argentina es el campeón del mundo.