La sed de venganza lo corree permanentemente. Cada quien tiene su verdad, no importa que sea mentira, que sea una aberración; qué más da, lo mediático impacta.
Los acuerdos no existen en esta guerra, en este juego de poder. Pero, ¿quién tiene la razón? La interpretación de las leyes y el tiempo lo dirán.
Por lo pronto, los animales políticos de antaño y los de la nueva política se lapidan, se bombardean, se acuchillan con sus narrativas.
Los de antes han perdido la representación del ejecutivo local en dos ocasiones seguidas, y hoy que el ganador vigente se va a la aventura presidencial, enseñan el cobre con sus ansías desmedidas. Lo que no ganaron en las urnas, lo quieren tomar por asalto, no le hace que sean seis meses.
Son 8 años de orfandad, de vivir fuera de Palacio de Cantera, de estar sin el presupuesto mayor. Por eso enjundiosos le gritan: “gobernador, gobernador, gobernador” al magistrado panista que resbala antes de treparse a la silla que le prometió el
Congreso albiazul-tricolor.
Pero aquellos no se dejan y entonces todo se judicializa. Mientras tanto, en la llanura política, salvase quien pueda.
Y aquel, como aquel otro, se va. En efecto, dejando los pendientes de rigor. Pero, derecho, tiene; allá él y sus cuentas.
El punto, la molestia de los prianistas es precisamente que más allá de irse de Nuevo León, el ejecutivo le pegará a su rezagada precandidata presidencial en donde más les duele: los votos.
El 2024 se acerca y el PRIAN no levanta. Los dirigentes de la extraña alianza piden a sus rebaños torpedar todas las posiciones posibles de MC y de la 4T en las entidades con miras a posicionarse, sin medir que se hunden irremediablemente.
En esta tierra, los lobos de la vieja y la nueva política libran su encarnizada batalla, mientras desde Palacio Nacional se orquesta una sinfonía. Triunfal.