Todo tiempo pertenece a la muerte, siempre presente e inoportuna, ajena a criterios y merecimientos, indiferente ante lo injusto y justo.
Noviembre es el mes de los muertos únicamente por prestar sus primeros días para rendir homenaje a los difuntos, nunca por cerrar la puerta que lleva al hombre de regreso a la nada.
Noviembre, 30 días para tener presente el parpadeo que es la existencia humana en los tiempos del universo, abrir y cerrar de ojos que en ocasiones permite conocer personas cuyo paso fugaz bajo el sol las hace recordables en otras vidas, logrando así la mayor hazaña del ser humano: vencer el tiempo.
Construir la victoria sobre lo finito no puede estar basada en lo material, pues sólo las enseñanzas y emociones transmitidas por las acciones de los hombres son capaces de viajar en el tiempo y multiplicarse en otros sentires.
Romper la efímera burbuja del tiempo que contiene la vida de los seres humanos no es cuestión de tener, sino de ser. Trascienden el sentimiento, la intensidad y el significado de las experiencias, no sus cantidades.
Así me lo recordó una mujer que murió en el primer día de este mes, que ni pidió ni necesita este desorden de letras para seguir presente en muchas de las personas que la conocieron.
Bastaron las pocas ocasiones en las que coincidí con Silvia Mirella González Martínez, para entender porque la fama, riqueza y hasta comprensión de sus acciones son inútiles para describir la excepcionalidad de algunos seres humanos.
Conocí a Silvia en la filmación de una tarea de la licenciatura en ciencias de la comunicación, encargada a su equipo en la Universidad Regiomontana, labor a la que me incorporé como “cachirul” invitado por uno de sus amigos.
Más adelante fui su compañero de trabajo durante los años 80 en la pionera Coordinación General de Comunicación Social del Gobierno del Estado de Nuevo León.
Ingresó a la función pública cuando apenas rebasaba los 20 años y esa entidad era gobernada por Jorge Treviño. Antes de incorporarse al área donde fuimos compañeros, trabajó con el Dr. Luis Eugenio Todd Pérez, quien falleciera este 2023 y fuera rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, candidato a la gubernatura nuevoleonesa y funcionario de amplia trayectoria.
La perdí un rato de vista cuando dejé de laborar en el gobierno estatal y ella continuó trabajando en la siguiente administración a cargo de Sócrates Rizzo García.
Entre las responsabilidades que tuvo en su trayectoria profesional figuró la de estar al frente del Instituto de la Juventud, siendo la primera mujer que encabezara esa dependencia en Nuevo León. Caracterizada por su alegría y arrojo se mantuvo en la función pública, siempre ligada al PRI.
Volví a encontrarla como mi vecina, saludándola desde lejos con cierta frecuencia. Más tarde la casualidad nos hizo platicar durante el vuelo en el que coincidimos de Monterrey a la Ciudad de México, destino al que se dirigía para manifestar solidaridad a su esposo, quien por vez primera tomaría protesta como diputado.
En ese trayecto confirmé mi estupidez y descubrí las de otras personas, ya que en primer plano destacábamos la forma de Silvia e ignorábamos su fondo humano, tan excepcional que era capaz de amar intensamente y superar circunstancias para acompañar a quien amaba.
Pasaron muchos años para que volviéramos a coincidir, lo que sucedió gracias a Facebook, red social a través de la cual manteníamos contacto y hacía sentir su apoyo a mis proyectos profesionales y de vida.
Ese medio me informó en la madrugada sobre su deceso, llevándome a reflexionar acerca del inexorable final de los hombres, que no por conocido deja de aterrorizarme, pues hasta las personas buenas mueren.
Si profesara alguna religión diría que una divinidad quiso ponerla a prueba mediante una enfermedad crónica. Son muchos los testimonios sobre su fortaleza y valor humano dados por sus amistades cercanas, tantos que soñaría recibir sólo unos cuantos de ellos al llegar al límite de mi existencia.
En momentos de abundancia de muertes, agradezco, Silvia, tu singular ejemplo de vida para cambiar la temporalidad del ser humano por la manifestación intemporal de sus recuerdos y enseñanzas.
La vida de uno deja de ser absurda cuando se multiplica en la de los demás.
riverayasociados@hotmail.com