Desde joven, todos mis trabajos me han brindado la oportunidad de viajar. Al principio, fueron cortas distancias para conocer la mayoría de los 51 municipios de Nuevo León y estados vecinos. Recuerdo a mis tres hijos felices en el automóvil escuchando la música de su época y abriendo los ojos a los paisajes cercanos a sus pláticas familiares, lo que hacía que mi esposa Iris sintiera el cansancio pero también el gozo del paseo. Luego vinieron los compromisos de reportajes, entrevistas y fotografías, así como los cursos en universidades y los eventos de capacitación en Comunicación organizados por BBVA, lo cual dio lugar a que nos desplazáramos por casi todas las bellas capitales de nuestro México lindo y qué rico, igual que por otras ciudades paradigmáticas del país.
Hasta que un día las encomiendas periodísticas me lanzaron al extranjero, y mis hijos sintieron un baño de gratificación anímica y cultural principalmente al conocer Nueva York y Europa, cuando ya leían en la escuela lo que correspondía a Historia y Geografía del Viejo Mundo. Todo un privilegio que se completó con los viajes allá guiando a algunos alumnos de la FCC y finalmente con la beca que me concedió la UANL para mis estudios de postgrado en Madrid.
Por eso, aventurero al fin y al cabo, quise celebrar ahora con mi nieto Luis sus 20 años y los 20 de mi examen profesional en la Universidad Complutense de Madrid, el 7 de enero del 2003. Pero al mismo tiempo asocié este propósito con el firme deseo de vivir anticipadamente el año olímpico en la Ciudad Luz, y despedirme personalmente de sinceros amigos que viven en Madrid, París y Roma, pues los médicos especialistas que me atienen me han dicho no debo hacer más viajes tan largos y extenuantes por el riesgo de una descompensación orgánica y el efecto de las quimioterapias en una enfermedad que pesa más por los años bien vividos.
Así es que me dolió en el alma no haber podido convivir esta vez con algunos de ellos, a quienes les debo una especial gratitud, pues en mis estancias en su ciudad me han abierto la confianza y las puertas de su hogar atendiéndome a mí y a los míos como si formáramos parte de su familia.
Además, me siento hijo académico de la UCM y algunos maestros (as), colegas y amistades siguen comunicándose afectuosamente conmigo vía electrónica. Sin embargo, no los pude contactar ni a algunos (as) que viven en París y Roma, por lo difícil de la fecha.
Por eso creo que vale la pena aprovechar este texto y, con cierta carga emocional, hacerles llegar mi ADIÓS PARA SIEMPRE ADIÓS…