La dimensión universal del proceso electoral del 2 de junio en México es tan evidente que resulta común escuchar a la gente pensante decir que aquí se juega el futuro de la humanidad. Es posible que Piporro, al enterarse, diría: “don´t be soflamer”; pero, ¡no! No se trata de una exageración. Lo que ocurre en el Anáhuac es el enfrentamiento de un pueblo libre y soberano en contra el capitalismo transnacional en su forma más cruel, feroz e inhumana.
Estas circunstancias ya sucedieron antes. En 1810 no lucharon indios contra españoles, sino mexicanos contra la tiranía española que impedía su desarrollo; en 1856 no combatieron masones contra católicos, sino republicanos contra la aristocracia acaudillada por el clero conservador; en 1910, no fueron los pobres contra los ricos, sino los generadores de riqueza y bienestar en contra de las castas privilegiadas parasitarias que dilapidaron en Europa el producto del sudor, la sangre y las lágrimas de los nativos.
Ahora, los mexicanos serán protagonistas de la primera revolución social pacífica del siglo con el uso del sufragio como toda arma. Pocas dudas quedan acerca de su capacidad para decidir su destino con su voto; lo que no ha quedado muy claro es su capacidad de resistencia ante los insidiosos embates del poderoso enemigo: enormes sumas de dinero; formidables empresas mediáticas (prensa, radio, TV e Internet, magnificadas por las nuevas tecnologías de la inteligencia artificial); uso de sofisticados modos de exterminio masivo; la mentira y la confusión, que denunció John F. Kennedy.
Uno de los bastiones de la resistencia al cambio es Tamaulipas, donde las facciones del conservadurismo: las transnacionales, el PAN, la televisión y el clero político, han abierto una importante cabeza de playa. En esta entidad fue necesario crear una compleja obra de ingeniería política para poder estar a la altura de las demandas que plantea la historia. Los resultados no dejaron a todos contentos, menos aún a los encapuchados que exhibieron descaradamente su ambición personal.
En términos generales, las quejas y lamentos se fueron apagando a medida que se entendían algunas partes minuciosas y complejas del entramado; cuando pudieron percatarse de que hay un interés superior a todo gesto de egoísmo: el triunfo de la Cuarta Transformación, ya no como proyecto, sino como un ejemplo vivo ante el mundo entero. Algunos continúan con sus empeños ambiciosos y se han aliado al enemigo; pero, son el lastre que impedía a la nave de la justicia social navegar airosa.
Es una magnífica ocasión para que los votantes, las mujeres y los hombres de Tamaulipas, recuperen su capacidad de decidir su presente y su futuro para sí mismos, ya no como miembros de tal o cual camarilla, o acólitos de este u otro culto, o fanáticos de una u otra corriente; sino como ciudadanos libres que están siendo observados por el mundo entero. Es prácticamente imposible (e insensato) explicar las decisiones tomadas, por lo que se torna imperativo que cada votante piense en lo que le conviene a él, a su familia, a su estado, a su país, a la humanidad, y vote para acendrar el cambio.
Todo parece indicar que la Presidencia de la República está ganada; pero, eso no basta. Quienes creen en el proyecto de la Cuarta Transformación tendrán que votar por los candidatos que garanticen su continuidad y consolidación, aunque alguno no sea de su particular simpatía. Hay un interés superior y esa es la estrella que debe marcar el rumbo del sufragio para hacer triunfar al humanismo mexicano sobre las fuerzas más oscuras que acaudillan a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: hambre, peste, guerra, muerte.