Como aquel programa de los 80’s protagonizado por Héctor Suárez y de título “¿Qué nos pasa?”, así nos quedamos muchos tras leer una lamentable noticia ubicada en Monterrey, difundida por varios medios de comunicación y evidentemente en redes sociales: “Le arrancan un dedo al pelear en gimnasio”.
Refieren los hechos que un par de señoras, una de más de 60 años y otra de unos 45, aparentemente con rencillas acumuladas, discutieron y pelearon por una máquina en un gimnasio ubicado en el sector San Jerónimo de Monterrey, pasando a la agresión física en la que la mayor le arrancó de una mordida el dedo meñique a la otra, siendo detenidas ambas por la policía local.
Más allá de la nota policiaca que gracias al amarillismo de la misma ocupó la conversación en redes sociales, en grupos de mensajería móvil y en otros gimnasios, este lamentable hecho “caníbal” que desafortunadamente se presentó en el Great Fitness de San Jerónimo y que pudo ocurrir en cualquiera otro, me lleva a varias reflexiones de lo que vivimos en este agitado mundo en el que cada vez observamos más violencia desbordada en diferentes contextos.
El estrés, la tensión acumulada, posibles desórdenes emocionales o mentales, un sinsentido kafkiano de las cosas, una pérdida de valores, la presencia de violencia en las redes sociales y en los medios masivos, una sociedad convulsionada por diversas razones y una neurosis individual o colectiva, nos hacen ser observadores de hechos agresivos como el referido, en varios escenarios y contextos.
Lo primero que me viene a mi pensamiento es que bajo ningún motivo podemos, ni debemos “normalizar” este tipo de noticias, mientras “no nos afecte a nosotros”. Mucho menos debe ser sólo un tema de conversación morbosa, sino de una invitación a analizarnos con autocrítica de en dónde estamos parados como sociedad y como individuos de la especie humana.
Apenas la semana pasada los creyentes celebrábamos el mandamiento del amor encomendado por Jesús antes de su pasión, indicándonos a los hombres como género que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado.
¿En qué momento nos perdimos o perdimos el sentido de los valores universales? ¡Esa, me parece, debe ser nuestra reflexión colectiva!
Quiero imaginar ponerme en los zapatos de ambas personas que, en cualquier lunes, regresando de vacaciones de Semana Santa, como parte de su rutina habitual deciden ir a entrenar, supongo que para sentirse bien y procurarse mejor a sí mismas, sin imaginar que aquel entrenamiento sería el último en ese lugar, que se enfrascarían a golpes con otra usuaria, que una de ellas perdería un dedo y tendría que ser atendida por un médico, mientras ambas eran detenidas por la justicia.
Seguramente ninguna de las dos imaginó que eso sucedería cuando salieron de su casa, lo que me hace recordar la escena clímax del libro “El extranjero” de Albert Camus, en la que “Mersault”, el protagonista, comete un crimen aparentemente sin motivos, deslumbrado por los rayos del sol. Una máxima del sinsentido.
Sobre lo sucedido en el gimnasio tengo varios comentarios como usuario de este tipo de establecimientos, como practicante de la disciplina que ahí se practica, desde hace más de 40 años, como promotor deportivo, periodista y como empresario del ramo fitness desde hace casi 17 años.
Celebro la comunicación pública en la que Great Fitness informa a la comunidad que reprueba enérgicamente los hechos sucedidos y que inmediatamente ambas personas fueron dadas de baja de manera definitiva.
Sin embargo, como dice el refrán, es como “muerto el niño, tapar el pozo”. Sin tener antecedentes del caso, suponiendo que hubiera sido fortuito, lo cual parece no ser así, debido a quejas anteriores contra una de las usuarias, la responsabilidad del personal es cuidar la sana convivencia de los usuarios en el recinto.
Esa es una de las principales tareas de un instructor de piso, que en otros países se llaman monitores de piso, justo el de estar monitoreando lo que está pasando en cada área de entrenamiento, cuidar que los usuarios no se vayan a lastimar o vayan a tener un accidente mientras practican, además por supuesto estar pendiente de posibles faltas de respeto entre los asistentes.
¡No basta con hacerles firmar un contrato que casi nunca leen o pegar letreros de respeto en las paredes!
Lamentablemente, salvo honrosas excepciones en nuestro país, el trabajo de piso de los monitores o instructores es de las mayores quejas en un gimnasio.
La gente dice que se la pasan platicando con sus amigos o amigas, que atienden a las o a los de buen cuerpo solamente o a quienes pueden pagarles por sus servicios personalizados, sin ponerle atención a los demás. También los acusan de estar detrás de ellos como policías para que no dejen el equipo regado, pero cuando les ocupan no aparecen por ningún lado.
Así que este hecho debe poner las barbas a remojar a otros establecimientos para mejorar una de las áreas más abandonadas que es la de los instructores de piso.
Por último, pero no menos importante, mi reflexión muy personal a quienes vamos a un gimnasio. Que nunca nos abandone la máxima latina: mente sana en cuerpo sano.