Estadio lleno, pasión desbordada, algunas camisetas amarillas, globos en cada asiento, fiesta previa, mucho alcohol, tifo, el himno del equipo local, toda una estrategia previa para “Defender la divisa”, mostrar que hay sangre albiazul y no son pingüinos, golpe de autoridad directiva y del cuerpo técnico con declaraciones para ablandar a Miami y a Tigres… el resultado, un clásico de altos vuelos con marcador 3 a 3 con sabor a triunfo y derrota dependiendo de la óptica de donde se mire.
Orina lanzada desde las tribunas, vasos con cerveza como granadas de precisión, gritos de odio disfrazados de porras, señales obscenas con el objetivo de… lograr algo que solo quien lo hace sabe; defender el terreno, como tribus primitivas con juguetes modernos que juegan a tener la razón para sentir una sensación de triunfo que alimenta un ego desproporcionado muy característico de una ciudad que ha creído que es superior a otros territorios, porque una empresa decidió promocionarse a través del futbol y vender mucho en productos, mas de lo que invierte en el deporte.
Los aficionados creen literalmente que ganan algo por defender a un equipo, un trapo, un color, un estadio, a una empresa que hace todo por exprimir hasta el ultimo centavo de sus carteras.
Los aficionados de color amarillo llegan retando, vociferando, creyendo que conquistarán, invadirán, serán los pu#$# amos, como dijo Guardiola de Mourinho alguna vez, creen que ganarán algo, un sentido de identidad y sobre todo, un estatus que a nadie le importa; mientras los de Guadalupe representados en todos los municicpios del nuevo Nuevo León, reciben con cánticos, abucheos, delirios de grandeza para volver a tener un lugar que perdieron ante un bigote sagrado en San Nicolás que supo guiar a un francés y compañía a logros múltiples en toda una década.
Los jugadores, cuerpos técnicos, llegan en paz con sus audífonos, escuchando lo que sea que les apetezca y saltan a un rectángulo verde con un pasto defectuoso que salta al primer toque.
El partido fue un espectáculo digno de alarido, goles por doquier, descuidos defensivos, intensidad al tope aún después de venir de actividad internacional intensa, toques de calidad, ganas de trascender, mostrando que los juegos ratoneros de antaño tenían responsables claros.
Un marcador que refleja lo que pasó, penales no marcados, expulsiones no sancionadas, minutos de más jugados, acusaciones por todos lados, la culpa siempre será del que menos gana y todo pierde, el colegiado que viste uniformes vistosos y pegaditos, que gana una cantidad de risa en comparación con quienes se la cantan a cada instante, por lo que es el chivo expiatorio perfecto para sacar comunicados 2 días después que justifican la mediocridad de planteamientos medrosos; cada gol, una lluvia de cerveza y otros fluidos corporales, cada jugada, un reclamo, Rayados tomó en serio el brindar espectáculo, Tigres especulando al contragolpe con la letalidad de un cocodrilo camuflajeado en el pantano esperando a morder y matar.
Un vaso volando desde arriba, otro desde abajo, barristas orinando buscando marcar literalmente un territorio, como buenos felinos supongo; aficionados bañando a hijos de futbolistas, recibiendo señas obscenas en retorno, mostrando el pedigree educativo que se trae desde casa, el entorno perfecto para vivir un partido de pasión incomprendida, de raíces profundas en la psique regiomontana que ve al futbol como la muestra máxima de expresar una superioridad que en la vida no siempre es posible plasmar.
Al final me quedo con los goles, el espectáculo, la emoción… 99 minutos con 30 segundos llenos de espectáculo, uno que valió la pena pagar, uno que hizo hervir la sangre, sacar lo mejor y peor de algunos, y sobre todo, posicionar a una ciudad por una noche como el epicentro del fútbol mexicano.
Del láser, las quejas llenas de lloriqueos, posibles penales y expulsiones, se lo dejo a los expertos, pero desde el punto de vista de aficionado, que delicia, una que, si se goza debidamente, dará emociones, pero si se canaliza como antaño, invita a la violencia de siempre, como si en Torreón no hubiera habido tragedia.
Rayados va entendiendo el negocio del futbol de nuevo, Tigres pareciera ir en la parte descendente de la curva de cambio generacional, por ahora…a seguir disfrutando del futbol, y si fueron al estadio, báñense bien, nunca sabe lo que voló por los aires.
¡Saludos desde el sillón… del estadio!