Cuando les cuento algo, no quiero decir que así sean las cosas en general, solo digo que así es como fueron para mí y comparto mi experiencia. Resulta que, después de muchos años de una relación complicada finalmente llegó la consecuente y definitiva ruptura.
¡Claro que estuve triste un tiempo! ¡No soy de piedra! Entonces, mi amigo ese que me hizo aquella fallida “cita a ciegas” con el tipo que esperaba que yo fuera un clon de Maribel Guardia (¿Se acuerdan?) pues, mi amigo, en su afán de “rescatista” se había dado a la tarea de resolverme la vida, quiso que fuera yo a uno de esos grupos de personas divorciadas, que se juntan periódicamente para “sanar sus heridas” para luego, (muchos eso desean) aventarse de nuevo al ruedo.
-Está bien- dije, -Voy a ir a ver de qué se trata y después platicamos.
Así fue como llegué aquella tarde (como a las 7:30) a ese salón donde había unas 40 personas -30 mujeres y10 hombres- ¡Era de esperarse! ¡En esos menesteres no hay “paridad”; los hombres se recuperan de las rupturas amorosas más rápido que una lagartija cuando pierde la cola! ¡En menos de lo que se imaginan, les sale “otra”!
Seguramente, los “ex” de las 30 mujeres que están aquí, andan en algún barecito tratando de ligar a alguien por lo menos 15 años más jóvenes que las ahí presentes…y los 10 hombres han de ser viudos. -pensé.
Las sillas de plástico estaban acomodadas en un gran círculo, había café y unas galletas de coco y unas cajas de kleenex.
Todos tenían un librito que yo no tenía aún. Alguien empezó a leer una página con frases sobre el amor, el perdón, las heridas del corazón y la necesidad de desear el bien y enviarle bendiciones a los “ex”. (¡jajaja! ¡Ya mero!)
Hasta ahí, todo muy bonito. Pero luego, la que conducía la reunión preguntó: “¿Alguien quiere compartir sus experiencias?”…¡Y órale! ¡Que empiezan las historias!
Resulta que los 40 ahí presentes eran todos y todas sin excepción, pobres víctimas inocentes, almas puras e inmaculadas martirizadas por las almas negras y retorcidas de sus nefastos “ex”.
Es decir: ahí nadie teníamos la culpa de nada. Ninguna persona de las ahí presentes se sentía responsable, por lo menos, de haber provocado o permitido de algún modo, el daño ocasionado… ¡Mártires del mal amor! ¡Qué bonito! ¿Verdad?
Eran 40 seres perfectos, infalibles, inocentes, víctimas, sin culpa o responsabilidad alguna, ni directa o indirectamente sobre el devenir de su fracaso. NI siquiera se consideraba la “remota” posibilidad de haber elegido mal, de no haber visto las “red flags” o de no haber abordado los problemas a tiempo.
No… ahí nadie tenía la culpa de nada. Los culpables eran -en todos los casos- los que en ese momento andaban en el barecito rehaciendo sus vidas sin mirar atrás, como burócratas gritando a voz en cuello “¡Siguiente!” “Next!” en lugar de andar llorando sus martirios en público y buscando donde vaciar el costal de los resentimientos.
No dudo que estos ejercicios ayuden (a la larga) cuando aprendemos a reconocer nuestras propias fallas y equivocaciones y finalmente iniciamos el proceso de perdonarnos a nosotros mismos, por el tiempo invertido fútilmente, por el autoengaño, por la resistencia al cambio, por el miedo a la soledad… Tal vez algún día lleguen a ese punto, cuando ya no sea necesario seguir revolcándose en los errores ajenos e inicie la autoevaluación.
Ahí es donde creo que uno comienza realmente a sanar.
Cuando mi amigo me preguntó cómo me había ido en la reunión, le dije que “muy bien. Fue como un viaje al purgatorio… solo que los “presuntos culpables y pecadores” no estaban ahí… solo los inocentes juzgando y condenando a los “demonios” que estaban bailando en algún antro buscando un encuentro fortuito con final feliz”.
Pero, con cada una de las historias contadas, el tema era siempre el mismo infierno con diferente diablo… y no puedo decir que el consuelo de muchos sea en verdad un consuelo (muchas veces nos toca ser el diablo)… Sin embargo, sirve para que -por un rato- quienes sufren por el dolor de una ruptura amorosa, sientan un poco menos el peso de su soledad.
Llega inexorablemente el día en que hay que “ver para adentro”, asumir, hacerse cargo de uno mismo, dejar de culpar y empezar a sanar. Sanar es un camino difícil, arduo, solitario y personal.
En mi caso, implicó renunciar a ser víctima y reconocer mi parte de responsabilidad en todo lo que me ocurre.
Todo pasa… Dicho sea de paso, el café y las galletas de coco estaban buenas.