Esta historia se trata de un restaurante muy elegante. Siempre está lleno de comensales y hay que hacer reservación con tiempo para tener una buena mesa. El lugar es caro pero con fama de ser muy bueno.
El lugar es bonito, el servicio excelente y respetuoso, los baños siempre están impecables, la comida es deliciosa y bien presentada, las bebidas perfectamente bien servidas y a la temperatura ideal. Nunca nadie llega a sentarse en una mesa con migajas o con manteles manchados…¡qué va!
Cuenta con servicio de estacionamiento con valet parking y al entrar, los comensales son recibidos por una chica muy linda, elegantemente vestida de negro quien les da la bienvenida con una sonrisa y los conduce hasta su mesa.
La cuenta por mesa en ese restaurante oscila en promedio en unos cinco mil pesos. A veces mucho más, y a veces algo menos. Por uso y costumbre, las propinas suelen ser del 15 %. Por lo tanto, una cuenta de cinco mil pesos arroja una propina de unos $750.00 (setecientos cincuenta pesos.)
El restaurante tiene muchas mesas, pero hay días y horarios con más afluencia de clientes que otros. Sin embargo, la derrama de propinas siempre es abundante.
Durante muchos años, los meseros se quedaban con todo lo que se recaudaba por propinas y cada uno con lo suyo. Pero esto era a cambio de recibir un salario base raquítico que se compensaría con lo mucho que los meseros recibían de propinas. Pero esto era injusto, tanto para los meseros como para todos los demás que contribuían a la satisfacción de los clientes.
¿Qué hay el chef y los cocineros, del bar-tender, de los que lavan y preparan los utensilios, de los que asean con esmero el área de restaurante y los baños, de la chica que recibe a los clientes y está de pie todo el día, de los que limpian y acondicionan las mesas cada vez para que siempre luzcan impecables y otros más que forman parte de la cadena que suministra un servicio de excelencia?
–“Las propinas son parte fundamental de nuestros ingresos“.-“Pero no debería ser así. Los meseros deben recibir un salario justo de acuerdo a su carga de trabajo. Las propinas son aparte y deben repartirse por partes iguales para todos los que nos aseguramos de que el servicio funcione”-dijo un cocinero.
En efecto, en toda organización hay algunos que están más cerca de la derrama del dinero, pero eso no es culpa de nadie en particular, aunque el mérito para que exista esa retribución es de todos.
Por lo tanto, luego de negociar una mejora salarial base para los meseros, -quienes son el frente principal ante los clientes- todos decidieron que las propinas se colocarían de forma íntegra en un fondo común que se repartiría entre todos por partes iguales. (No faltará quien piense que esta es una medida puramente comunista).
El tema es que aunque no todos hacen el mismo trabajo, ni con la misma vocación y excelencia; todos los empleados -unos con labores más difíciles y otros menos-colaboran para que el restaurante sea exitoso.
¡Claro que no faltó quien se opusiera a esta medida! Le parecía “comunista”.
“¿Por qué vamos a poner todo el dinero de las propinas en un botecito y luego repartirlo en partes iguales, si no todos hacemos el mismo trabajo?”…
Además el dueño del restaurante no estaba muy de acuerdo en darles a los meseros un mejor salario. Por un tiempo la idea de juntar las propinas para repartirlas en partes iguales al final del día, no se aplicó ya que se tardaron mucho en entender las consecuencias de no hacerlo.
Por un peligroso tiempo, los cocineros dejaron de esmerarse, la chica de la recepción ya no sonreía, el valet parking se tardaba mucho en traer los autos a sus dueños, las mesas ya no se veían tan impecables y los baños ¡uff!, ya no lucían tan limpios.
En consecuencia, los clientes empezaron a mermar, las quejas a aumentar y las propinas a disminuir. Todos perdían, principalmente el dueño del lugar, que se vió cerca de la quiebra y tendría que indemnizar a todo el personal.
Aquel lujoso y maravilloso restaurante estaba a punto de morir. El restaurante de esta historia se llamaba “La Gallina de los Huevos de Oro”.
Algo parecido puede suceder en la sociedad. Ni las prácticas vorazmente capitalistas ni las radicalmente comunistas nos pueden salvar como sociedad…debemos encontrar un equilibrio si queremos salvar a la gallina de los huevos de oro.
*NOTA: La autora de este texto (o sea yo), no es capitalista porque no tiene capital, no es comunista porque no tiene nada qué repartir y no es socialista porque su subsistencia no depende de programas sociales.