En un mundo donde las elecciones son el corazón de la democracia, el 2 de junio se presenta como un día crucial, porque sin electores o votantes, no puede haber democracia; ese día las urnas se abren, los votos se cuentan y la voluntad del pueblo se manifiesta.
Sin embargo, es el 3 de junio es el día en el que verdaderamente se define la salud de una democracia, porque representa la verdadera fortaleza de un sistema democrático, donde se pone a prueba la madurez política de los candidatos y el respeto a las instituciones democráticas.
En una democracia sólida todos los elementos son importantes, los partidos políticos, los y las candidatas, el árbitro electoral, las leyes y normas aplicables, la participación nutrida de los ciudadanos el día que se celebre la jornada electoral, pero sobre todas las cosas, una democracia sólida se pone a prueba cuando el o los candidatos perdedores asumen su derrota.
En ese sentido, más importante que el candidato triunfador es el papel del candidato o candidatos perdedores, ya que al aceptar el resultado en las urnas legitiman el proceso electoral y fortalecen la confianza de las y los ciudadanos en nuestras instituciones democráticas.
Aceptar la derrota en las urnas no es, de ninguna manera, una marca negativa para los aspirantes que no alcanzaron el triunfo en las urnas; al contrario, es un ejemplo de madurez política, de compromiso cívico y de una sólida cultura ética y democrática; lo que abona en favor de ellos mismos y del sistema electoral.
Cuando esto ocurre, se envía un mensaje claro a la sociedad de que la democracia está por encima de los intereses partidistas y personales.
Los candidatos que no resultaron agraciados, pueden asumir roles importantes para la sociedad, al tomar el papel de una oposición constructiva, la que, desde la trinchera de la sociedad civil, pueda supervisar el trabajo de las autoridades electas, promoviendo la transparencia, la rendición de cuentas y el sano equilibrio entre los distintos poderes.
Entonces, el próximo 2 de junio es una fecha importante para que todos salgamos con fervor cívico a emitir nuestros votos por el o la candidata de nuestras preferencias; pero el 3 de junio, es vital para nuestra democracia que las o los candidatos que no alcanzaron el triunfo, reconozcan que el sufragio no les favoreció y acepten el triunfo de quien haya obtenido la mayoría de los sufragios.
Fortalecer la democracia depende de la nutrida participación de los ciudadanos el 2 de junio, pero sobre todo, de que todos acepten los resultados el 3 de junio. El próximo lunes puede ser la diferencia entre una transición ordenada o un conflicto post electoral que dañará irremediablemente a nuestra incipiente democracia.
No se trata de que nuestro sistema democrático sobreviva, sino de que florezca y se consolide al respetar la voluntad ciudadana expresada en las urnas.