En la religión católica el sustento único de los milagros posibles es la fe. El que ora y está en comunicación fervorosa con Dios puede recibir, como recompensa, un favor divino para resolver un problema que, de otra forma, no tendría solución. Eso es lo que enseñan en el catecismo. En la realidad, los milagros ocurren, por obra de la fe, también en el futbol.
No encuentro otra forma de explicar, más que a través de ecuaciones celestiales, la causa por la que las Rayadas se coronaron el pasado lunes 27 de mayo cuando su causa estaba irremediablemente perdida. Muchos deberían aprender la lección de esa velada, pues es frecuente, en los deportes que, cuando se ve la proximidad de la derrota, los desanimados pierdan el temple emocional y se arrojen al precipicio, ya sea dando patadas para sacar un coraje póstumo, o renunciando al ataque al suponer que no hay poder que modifique el marcador. Entre los que debieran observar, con atención, la repetición del desenlace de esa final, está el argentino Neri Cardozo.
Las Rayadas mantuvieron la confianza de granito y su recompensa llegó. Lo que ocurrió fue como el guion de una película antigua de atletas, con un sabor que en la ficción es predeciblemente romántico y hasta empalagoso, aunque en la no ficción sabe a delicias del cielo.
Las chicas del América han hecho todo para sobrevivir y mantener la ventaja en la Final de Liga MX Femenil. El juego de vuelta está empatado a un gol, y las capitalinas llevan ventaja por el tanto que anotaron en la ida. Las de rayas no pueden meter la pelota en la cabaña de cordeles de las enemigas. El Estadio BBVA parece que tiene un encantamiento que desvía los obuses de las locqles. El cronómetro jadea exhausto. Es el minuto 96. La silbante Francia González concede un último tiro de esquina de las norteñas.
Los aficionados ya tienen el rosario en la mano. Desde hace veinte minutos elevan sus plegarias. Ya cantaron la Señal de la Cruz y pasaron al Credo de los Apóstoles. Ya van por el Padre Nuestro en la primera cuenta, y pasan a la siguiente con un Gloria. Los rudos caballeros han dejado la cerveza y las anhelantes señoras han suspendido las vueltas de la matraca. El corner es un Ave María en el área. Se escupe el centro a la olla, y Rebeca Bernal actúa como interpósita persona de los serafines y mete un cabezazo sin destino, solo con dirección a puerta, a ver qué pasa. Y pasó. La zaguera de las Águilas, Aurelie Kaci, hizo lo que no se debía: levantar los bazos para despejar de cabeza. Y la pelota se le estrella en la mano izquierda. El Var verifica la sanción incuestionable. Bernal misma coge la pelota, cobra por abajo. Anota. El juego se empata y se van a la definición de penales. Monterrey acierta más y se corona.
Pobre Kaci. El América se ha debatido con galanura, pero una sola jugada miserable ha hecho que se tire todo el trabajo del semestre. Pero no es por culpa de ella. Hay causas del azar que no puede controlar nadie. Dios a veces también juega a la ruleta.
En el otro extremo del drama, esa misma circunstancia hace que se recupere toda una campaña que ya estaba desahuciada. Pero así es el juego. Las chicas del América ya saboreaban la miel en el paladar. Y de pronto, de un manotazo les tiraron el tarro. Al final, unos festejan, y otros lamentan. Es el drama sin fin de la fiesta deportiva, que se repite hasta el infinito como el día y la noche.
Al atestiguar el tamaño de la fe de las chicas rayadas no puedo dejar de pensar en Neri Cardozo. Es el verdadero Capitán América, porque es el único que ha ganado todos los grandes torneos del hemisferio a nivel clubes: Libertadores, Sudamericana, Recopa Sudamericana y Concachampions. Fue un mediocampista argentino talentoso que jugó con Rayados en aquella final del torneo Apertura 2017, contra Tigres, precisamente en el Estadio BBVA. Los felinos van ganando 2-1. Va el minuto 95. El árbitro concede un minuto más, por supuesta demora de juego. Le queda a La Pandilla recuperar el balón para intentar una última jugada, echándola en el área contraria, buscando un rebote. Pero no. Cardoso, que no cree en la magia sobrenatural que a veces aparece en el futbol, renuncia a una última oportunidad. Rebasado por la ansiedad, en una reacción freudiana para terminar con el sufrimiento, le mete una plancha en el muslo al tigre Javier Aquino y se lleva la roja directa. Sale trotando aliviado, rumbo al vestidor, porque ya no aguanta la tensión de un juego que parece irremediablemente perdido.
Esa posibilidad última, que Bernal capitalizó con una jugada in extremis salvadora, Cardoso la echó por la borda.
Son los misterios de la fe.