Para un equipo que busca sacudir la mentalidad de un grupo de jugadores que desde hace tiempo falla en los momentos clave se antojaba que el Monterrey recurriera a dos patrones que en diferentes etapas le han dado sello de identidad y buenos resultados:
Traer técnicos de renombre internacional y apuntalar el equipo con jugadores de la cantera, que sientan los colores.
Cuando la directiva del Monterrey decidió despedir al histórico Víctor Manuel Vucetich y su récord de puntos y títulos, en busca de un futbol más atrevido, lo hizo con todo su derecho.
Una decisión cuyo éxito o fracaso estaría directamente relacionada con el relevo y los resultados de ese relevo en el timón.
La decisión de nombrar a Fernando Ortiz representó riesgos desde un principio, por tratarse de un director técnico sin una gran experiencia y que se había quedado dos veces en la Semifinal al mando del América.
En un equipo que busca sacudir la mentalidad de sus jugadores era, sin embargo, momento de marcar el rumbo recurriendo a ese bendito concepto que en distintas áreas de la vida facilita trazar el camino hacia el futuro: la identidad.
A lo largo de la historia, en diferentes etapas los dirigentes albiazules trajeron a técnicos de renombre internacional, y les dio resultado.
En la década de los 60, el Monterrey soñó por primera vez con el título de Liga de la mano de Roberto Scarone, un uruguayo que había integrado el cuerpo técnico de la Selección charrúa en el Mundial de Chile 62.
Durante la segunda mitad de los 70 vino el chileno Fernando Riera, el timonel que llevó a la Selección andina al tercer lugar en la Copa del Mundo celebrada en su país.
A principios de los 2000 llegó el español Benito Floro, ex técnico del Real Madrid, y en el 2002 llegó el título de Liga de la mano de Daniel Passarella, el capitán de la Selección de Argentina campeona del Mundial de 1978, y que dirigió a la albiceleste en la Copa del Mundo de Francia 98.
El trabajo de las Fuerzas Básicas del Monterrey, que comenzó en la década de los 60 con la llegada de Mario Pérez, alcanzó su momento de esplendor de la mano del director técnico, también surgido de la institución, Francisco Avilán, en el Torneo México 86.
De la mano de dos figuras rutilantes, Francisco Javier “El Abuelo” Cruz y Héctor Becerra, el Monterrey logró el título iniciando el partido decisivo por el título con ocho jugadores surgidos de la cantera, la mayoría nacidos en Nuevo León.
Eso le dio prestigio y credibilidad al trabajo de las Fuerzas Básicas, por lo que en los años posteriores tuvieron un papel muy influyente elementos de la cantera: Guillermo Muñoz, Jesús Arellano y Jonathan Orozco, como claros ejemplos, además de otros jugadores no surgidos de las Fuerzas Básicas, pero sí captados en el futbol de Nuevo León: Antonio De Nigris y su hermano Aldo. En esta época, en cambio, la institución se deshizo de un jugador 100 por ciento surgido de sus fuerzas inferiores, Carlos “Charly” Rodríguez.
Otro factor relacionado con la identidad albiazul tiene que ver con la presencia de grandes jugadores extranjeros de esos que aparecen en los momentos determinantes, como por ejemplo Humberto Suazo y Guillermo Franco, por decir algunos.
El proceso del Tano Ortiz sufrió un duro golpe no sólo por el marcador, sino por la forma en que se perdió el sábado pasado ante Cruz Azul.
Es momento que los Rayados volteen hacia dentro de sí mismos para cobijarse en esa bendita palabra llamada identidad y desde ahí buscar el futuro.