El mundo del futbol se convulsionó con un video que publicó Enzo Fernández, el jugador de Argentina que recién ganó la Copa América. En la imagen, mientras celebra el titulo con sus compañeros, canta apenas unas líneas de una canción que, en su conjunto, es discriminatoria, transfóbica y xenofóbica, todo el ramillete de fobias que han ameritado los más severos reproches de la comunidad internacional en tiempos de globalización.
Lo que llama la atención es la falta de inteligencia social o emocional de un hombre de 23 años que tiene un trabajo público de perfil internacional, y que debiera moverse en escenarios abiertos con prudencia, y más en un entorno, como el de las redes, que provocan dispersión viral y mucha ponzoña en mensajes polémicos.
Es increíble que Enzo no se percate del entorno en el que vive, con una comunidad mundial que le gusta castigar a los pecadores con la cultura de la cancelación. Las figuras públicas que incurren en fallas de conducta que afectan la extremadamente irritable sensibilidad colectiva, son condenadas a la muerte social. Las masas acostumbran ser crueles con aquellos que las lastiman y se sienten vindicativas con su inclemencia. Gozan cuando no perdonan y hacen sufrir a aquel famoso que yerra.
Fernández ya apareció para ofrecer disculpas. Pese a ello ya fueron activadas instancias institucionales para presentar quejas formales por los dichos del campeón que juega en el Chelsea de Inglaterra, donde, irónicamente, comparte vestidor con cinco franceses de raza negra.
Él mismo es extranjero. Se da un tiro en el pie al hablar despectivamente de personas que cambian de país y hasta de nacionalidad para tener una vida mejor. Es lo que él hace, porque en su nación no encontrará la calidad de vida que encuentra en Inglaterra y en Europa, donde se vive algunos peldaños arriba de confort, por encima de cualquier país del subcontinente latinoamericano. Basta con que se vea en el espejo para que sepa que él es beneficiario de la inclusión, que los londinenses lo tratan como uno igual, como hacen con africanos, asiáticos y oceánicos.
La tonadilla de la controversia ya se coreó en el mundial de Qatar 2022 cuando, en la Final, los mismos ches vencieron a Francia en definición de penales. Al término de la competencia, Enzo, entonces de 21, fue galardonado como jugador joven del torneo. El cántico completo habla de los migrantes que integran la Selección gala y se mofa de la supuesta vida sensual en la que están los franceses.
Dice: “Escuchen, corran la bola / juegan en Francia pero son todos de Angola. / Qué lindo es, van a correr, / son come trabas (transgénero) como el put… de Mbappé. / Su vieja es nigeriana, su viejo, camerunés, / pero en el documento, nacionalidad francés”.
Entiendo la euforia que puede desatarse entre futbolistas que participan en una sesión deportiva de intensidad extrema. Cualquier profesional sabe, como me lo han dicho muchos, que al finalizar un juego, se quedan con la adrenalina a tope. Por eso muchos se van a bares, cantinas, discotecas a sacar toda la emoción que les resta, hasta que se serenan en horas de la madrugada. Eso, en cualquier partido.
En una final ganada de Copa América, la justa más importante del continente a nivel selecciones, la electricidad que recorre el cuerpo se multiplica. El que levanta la copa entra en un éxtasis inconmensurable, una energía de felicidad desbordada que puede provocar desvaríos. La locura de la victoria es hermosa, ¿pero será también incontrolable?
Enzo, a quien llaman El Gardelito, es aún un muchacho que aprende a ser adulto, pero está obligado a conducirse con madurez. Sus enunciaciones jubilosas, como el canto xenofóbico, son una enorme estupidez que le pueden costar caro. En lo personal, creo en su arrepentimiento. Ahora mismo debe lamentarse por irse de la lengua. Pero la opinión pública puede ser feroz con los famosos que se resbalan.
Argentina es el equipo que ha dominado al planeta los últimos cinco años, con un bicampeonato en la Copa América, y el triunfo máximo de Qatar, con el que cualquier jugador profesional toca el techo del mundo, sin que exista otro galardón más importante por conquistar. Hay una enorme inquina contra ellos generada por la envidia.
Los jugadores de la albiceleste no suelen ser humildes, pero eso ya es cuestión de su actitud y comportamiento, en lo individual. Que los amen o los odien, ya es percepción de quien los ve o quien los trata. No son culpables de su éxito, pero sí hay millones que se sienten incómodos por su hegemonía y su desparpajo para presumir que son los reyes del balón en el Globo.
El gran público es caprichoso y brutal, pero tiene una avanzada sabiduría de inexplicable origen. Quién sabe cómo hace para que todos se pongan de acuerdo para lapidar a quien consideran culpable. Pero también puede premiar con perdón a aquel que perciba que se arrepiente genuinamente, como se espera que lo haga Enzo.
O puede ser que, como pasa con frecuencia, otro escándalo haga olvidar mañana al de hoy.
Habrá que ver en qué termina el episodio de Fernández. Por lo pronto le conviene guardar silencio y recluirse en su casa por unos días, para reflexionar sobre lo que festinó en Instagram y que ahora trae su universo de cabeza.