Extraño en las calles de París a los vendedores ambulantes con todos, absolutamente todos los artículos clonados de los Juegos Olímpicos. ¡Oh decepción! Quienes han tenido la oportunidad de venir a la Ciudad Luz recordarán que alrededor de la Torre Eiffel se podían ver a personas con acento árabe que vendían -por racimos- llaveros del irónico símbolo de París, y para ellos todas las turistas mexicanas eran “María, María…”. Pero milagrosamente desaparecieron. No me imagino lo mismo en las calles Morelos, Juárez, cerca del Estadio BBVA y alrededor del Mesón Estrella de Monterrey en el Mundial de Futbol 2026. Si eso pasa la autoridad merecerá un Premio Nobel. Pero en la sede olímpica no se vende ni uno, en serio, ni siquiera la mitad de una gorra, una playera, un cilindro y un llavero pirata. Los originales cuestan entre 25 y 30 euros (500 a 600 pesos). Pero hay artículos más caros, como los boletos para ver al dream team de básquetbol de Estados, ni siquiera en zona privilegiada, que en reventa autorizada cuestan 6 mil 500 euros (casi 14 mil pesos).
El lunes en París la temperatura subió hasta 32 grados y hoy llegará a 35 bajo la sombra, y es momento de untarse el bronceador, sacar a las mascotas al Jardín de Tuilerías y, por qué no, antes de que desaparezca el Sol ¡a las diez de la noche!, abrir una botella de vino tinto y sentase en el verde pasto como alfombra a ver los palacios y el globo con la flama olímpica cerca del Museo de Louvre. En esta zona de La Concordia está cercado, hasta la estación del Metro fue cerrada porque se instaron estadios móviles de voleibol de playa. Solo un atrevido vendedor ambulante, arrastrando una hielera, rompe las reglas, al desafiar a la Policía y ofrece la botella de medio litro en un euro y 50 centavos (30 pesos). Con este clima sobran los compradores.
Tampoco se ven los pedigüeños en las calles que, como por arte de magia, también desaparecieron. Solo vimos uno sobre un vagón en la Línea 13. Y en la estación Stalingrad a dos “bien pachecos” que se drogaban con una pipeta. Horas antes, a como Dios nos dio a entender, Andrea y yo salimos de las instalaciones de Roland Garros en donde vimos, con boletos de público, varios partidos de tenis bajo un ardiente sol que parecíamos pollos de rosticería. “Agua, necesito agua”. Y para sorpresa de nosotros solo el más despistado compra una botella, pues el agua potable sale hasta de las llaves de los lavamanos en los baños públicos.
Estamos por irnos a ver un partido de futbol varonil: Uzbekistán contra República Dominicana -¡quéeeeee!- en el Estadio de los Príncipes. El resultado no nos quitará el sueño. Que gane el mejor. Eran los boletos más baratos y llevaremos a Héctor Hugo y Marco Sebastián a vivir la experiencia de conocer el estadio del París Saint Germain y donde correteó el balón hasta hace unas semanas el estelar jugador Kylian Mbappé con el París Saint Germain. Estamos en la entrada de las delegaciones en la Villa Olímpica en la zona de Saint Denis. Hay una relajada vigilancia de soldados y policías, eso parece. Busco en los techos de los edificios contiguos a francotiradores. No hay si la vista no me traiciona. Bueno, los dejo, iré a McDonald’s por un café. De nuevo: ¡quéeeeeeeeeee!.