El lema olímpico centenario fue escrito en latín, citius, altius fortius, que significa más rápido, más alto, más fuerte. Las palabras fueron pronunciadas por Pierre de Coubertain en la inauguración de los primeros juegos de la era moderna en Atenas 1896. Se refería a las aptitudes físicas de los competidores que, por la naturaleza de las pruebas, deben presentarse en óptimas condiciones pues se enfrentarán a los mejores del planeta en cada disciplina.
Y se miden a sus pares en condiciones que igualan a todos. Por lo general gana el que se preparó mejor.
Pero la justicia deportiva en los Juegos de París 2024 parece rota por un incidente que se presenta el 1 de agosto. En boxeo femenil peso welter, en octavos de final, la argelina Imane Khelif enfrentó a la italiana Angela Carini. A los 46 segundos, la europea se retiró del combate y la africana fue declarada ganadora.
La derrotada no saludó a su contrincante al final, al parecer por indignación e impotencia. El gesto generó interrogantes que ahora son aclaradas. Carini no pudo soportar el castigo de Khelif que, por una condición hereditaria, tiene cromosomas que le dan condiciones relacionadas con masculinidad y, por lo mismo, una ventaja competitiva desproporcionada, por cuestión de fuerza.
Su condición se conoce como hyperandrogenismo, lo que altera sus niveles de testosterona, que determinan, entre otros factores corporales, la apariencia física en el hombre. Las mujeres también cuentan con esa misma hormona, pero en menor cantidad.
Carini, entre lágrimas se quejó de la inequidad en la que participó y la injusticia del resultado.
La pelea suspendida desencadenó una tormenta de reacciones, en las que han prevalecido la desinformación y pretextos para hacer pronunciamientos de transfobia, completamente alejados del centro de la polémica, que, a mi entender, debiera concentrarse en la desigualdad de condiciones en la competencia.
ADVERTENCIA
El año pasado, en el campeonato de Nueva Dheli, la nacida en Argelia había sido descalificada de una competencia mundial porque no aprobó las pruebas de género. Si bien es considerada mujer, la Asociación Internacional de Boxeo (IBA) determinó que no era apta para participar en una competencia femenil. No lo dijeron así, pero obviamente no querían que se confrontara con otras porque su pegada es más dura y contundente.
El Comité Olímpico Internacional (COI) es un organismo de excelencia que preparó la fiesta francesa con un orden insuperable. La forma en que están diseñados los juegos permite que los atletas compitan en igualdad de condiciones, con reglas muy específicas para cada deporte que, a su vez tiene subdivisiones por categorías, cada una de estas debidamente regulada.
Por eso no se entiende cómo es que se ignoró una previa advertencia de un organismo como el IBA especializado precisamente en el pugilato y que determinó que Khelif no podía medirse con otras mujeres. La desigualdad de condiciones en el entarimado no solo puede otorgar o retirar injustamente medallas, si no que puede provocar tragedias. Carini se retiró con la nariz rota. Dijo que nunca en su vida le habían pegado tan fuerte.
Ante los reclamos al COI, por permitir la participación de la argelina, surgieron de inmediato voces de indignación que aludían sin razón a la transfobia pues, en realidad, Khelif no se ha cambiado de sexo. Nació mujer, pero tiene condiciones de hombre, de acuerdo a detalles que podría explicar mejor un endocrinólogo o genetista. Activistas de LGBT se quejan de discriminación, por los señalamientos hacia esta mujer, que nació con características hormonales diferentes.
Nada de eso. Lo que se cuestiona, en forma de inconformidad a la que personalmente me sumo, es que su participación rompe con la igualdad. Es un asunto de biología, no de moralidad. Es tan sencillo como ver, por ejemplo, que no existen ligas de futbol profesionales mixtas, pues hombres y mujeres no pueden competir en igualdad de circunstancias en una cancha.
No es cuestión de igualdad ni de género. No pueden estar juntos porque un hombre es mucho más fuerte por masa muscular y estructura ósea.
Hablando del balompié, un hombre quebraría la pierna de una mujer en un taponazo de esos que vemos a montones en cada juego de varones.
Han transcurrido algunas horas desde el combate de la polémica y la desinformación ya le dio tres vueltas al planeta sin que alguna autoridad dé una explicación precisa sobre la situación física de Khelif. En los juegos solo hay dos géneros y la peleadora está perfectamente identificada con uno.
En la calle un tipo que viste falda demanda que se le considere mujer y la gente así lo hace, pues depende de él optar por su propia “identidad de género”. Socialmente, el género es una cuestión “fluída”, lo que significa que las personas pueden cambiar a voluntad para ser él o ella. Que viva la libertad y que cada quién haga lo que quiera con su existencia. La opción es basta, pues hay, hasta hoy más de 30 géneros identificados.
Pero en un ring, cancha, piscina, pista debe haber un rasero que iguale a todos en condiciones, antes de que suene el disparo de salida.
Los organizadores de los Juegos están obligados a dar un pronunciamiento sobre su postura en un caso que debiera ser tratado con objetividad científica y que se está convirtiendo en un escándalo, con salpicones de frivolidad y de oportunistas sin conocimiento que se azotan, como supuestas víctimas de la transfobia.
Mark Adams, vocero del COI dijo que el pasaporte de Khelif indica que es mujer y que, como tal, ya compitió en los juegos de Tokio.
Siento que la explicación es insuficiente.