Una de las frases que se ha quedado grabada en mi memoria (y constantemente utilizo), proviene de un gran comediante llamado El Conde de Agualeguas.
En su rutina donde detalla la vida cotidiana en el viejo noreste mexicano, El Conde cuenta la anécdota de Mon, el tonto del pueblo, a quien uno de sus vecinos le pregunta: “¿A dónde vas a ir de vacaciones?” a lo que el personaje contesta: “¿Irme? ¡Si no tengo ni pa’ quedarme!”.
Esta frase fue lo primero que me llegó a la mente cuando, la mañana del 27 de agosto, me enteré por redes sociales que Oasis, la última gran banda de rock británico, anunció que regresaban a los escenarios en una gira por Inglaterra e Irlanda.
Como era de esperarse, las redes sociales estallaron con miles, quizás millones de personas celebrando el regreso de los hermanos Gallagher y jurando que venderán hasta el gato de su madre con tal de estar presentes en uno de esos conciertos.
Y créanme, si no fuera porque porque mi situación económica me lo impide (¿alguien tiene 9 mil dólares que me regale?), yo sería uno de esos miles de afortunados que presenciarán el regreso de los últimos bad boys que nos ha dado el rock and roll.
Porque si algo debe de quedar muy claro es que el retorno de Oasis es algo monumental para nuestro amado rock, un género que en los últimos años ha estado golpeado y bocabajeado por la irrupción de otros ritmos de moda.
Oasis representa una especie en extinción: la banda de conciertos de 250 mil cabrones, saltando, gritando, bailando al ritmo de estridentes guitarras eléctricas ecualizadas a decibeles letales.
Liam y Noel representan a un rock star que, en esta época donde todos están preocupadísimos por no ofender a nadie, ya no puede existir.
Su rebeldía, valemadrismo y actitud son los ladrillos de los que el rock and roll está hecho.
Eran los noventas, éramos jóvenes, bebíamos y nos drogábamos como si no hubiera mañana y el soundtrack de nuestras vidas estaba conformado por grupos como Oasis, quienes hacían música que significaba algo y no solo servía para mover las caderas y agitar el cabello al viento.
Para ser franco yo llegué al minuto 25 del partido que fue la fama de esta agrupación, pero no por ello no me afectó profundamente con sus canciones, su estilo, su posición ante la vida.
Como muchos, soy de los que pueden aceptar, sin pudor de por medio, que hubo canciones de Oasis (Stop Crying your Heart Out) que me ayudaban a salir de la cama, a levantarme de la lona para seguir pelear otro round con la vida.
De hecho esa es la esperanza que alimenta a todos los que estamos emocionados por el regreso de los hermanos Gallagher, que nos permitan, aunque sea por un momento, volver a sentir eso que sentimos cuando éramos más jóvenes y solo necesitábamos alcohol y cigarros para poder pasar los días.
Platicando por separado con Luciano y Memo, mis eternos cómplices en temas musicales y pop, coincidimos que a diferencia de los artistas de hoy en día, Liam y Noel forjaron su leyenda no solo por sus canciones, sino por los eternos conflictos en los que se vieron (y se seguirán viendo) involucrados. Y es que, me dijo Luciano, “el rock es eso: conflicto, mito, disputas, desmadres”.
Memo, por su parte, tiene una enorme ventaja sobre mi: ha visto en vivo a ambos hermanos quienes se mantuvieron tocando música todos estos años.
Su diagnóstico me llena de esperanza: ambos están plenos en sus facultades, lo que me hace soñar que estos conciertos pueden superar el nivel épico y rozar en lo glorioso.
Y aunque como ya lo dije: es más fácil que los marranos vuelen a que yo vaya a poder estar en alguno de los conciertos de Oasis en el 2025, sigo celebrando el regreso de la banda, un acontecimiento que ya merecía nuestro bienamado rock and roll.
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