En el futbol, como en el amor, una decepción puede provocar un rompimiento. El que quiere recomponer la relación, necesita concentrarse por completo y mostrar un comportamiento irreprochable para, quizás, reencender la llama extinta.
Lo que se observa actualmente en la Selección Nacional es un vínculo afectivo roto con los aficionados. Ha terminado la ilusión, y los encantos de los juegos el Tri ya no llaman la atención. La relación ha llegado al punto del hastío.
El pasado sábado 7 de septiembre México pasó por encima de Nueva Zelanda con marcador de 3-0. No hubo rival y el marcador es un espejismo en el desierto. En el Rose Bowl, de California, donde caben 90 mil aficionados, apenas fueron 20 mil.
La máquina de hacer billetes se atascó. Le falta aceite o tiene piezas fragmentadas. El partido que irá a la colección de los moleros, marcó el regreso de Javier Aguirre al banquillo tricolor, en un tercer proceso.
El martes 10 hubo otro partido del combinado nacional, esta vez contra Canadá, en Arlington Texas. El estado vecino siempre ha sido amistoso y arropa a los paisanos con calor y aceptación.
La oportunidad era buena para que regresara el amor. Pero no. El equipo de todos está negado y ante Canadá sacó un empate de 0-0 que es, como dice Galiano, un marcador de dos bocas abiertas, dos bostezos.
La taquilla de nuevo fue pobre: hubo 30 mil asistentes en un escenario para 80 mil. La paciente fanaticada compatriota terminó por lanzar un sonoro abucheo al final. No se puede amar a un equipo frígido e indiferente.
No dio nada en Qatar 2022 y en la Copa América de este año tampoco. No se ve que el romance se reactive en octubre en Puebla, donde la Selección Mexicana busca congraciarse con la tribuna.
Pero no se puede esperar ninguna emoción, cuando se promete que se buscarán sparrings de altura y lo que va a la angelópolis es el Valencia, el peor equipo de LaLiga.
En un tiempo muy remoto, las malas actuaciones del seleccionado nos provocaban indignación rabia. Pero ya nada. Vemos que pierde el Tri y solo hacemos un mohín de fastidio, porque hasta ese punto nos ha llevado un conjunto descuadrado que no contagia ninguna simpatía.
Ni siquiera es un problema de cantera, pues el equipo es juvenil, y se está armando desde los cimientos. Lo que parece que ocurre es una apatía mortal, porque los jugadores están enfermos de una peste de indiferencia que los ha convertido en moluscos que persiguen un balón sin mostrar un poco de espíritu.
Al final de los encuentros declaran que se matan en la cancha, pero el esfuerzo que alegan no se les ve en las piernas, ni en el cerebro.
¿Será, acaso, un problema de mala camada? ¿Salió vana la nuez de esta generación?
Hubo un tiempo en el que jugaron juntos tipos como Jorge Campos, Juan de Dios RamírezPerales, Nacho Ambriz, Jaquín del Olmo, Claudio Suarez, Alberto García Aspe, Benjamín Galindo, Ramón Ramírez.
Todos estos nombres, que ahora son recuerdos adheridos en un álbum Panini arrumbado, fueron las figuras que le dieron lustre a México, en el tapiz de las naciones. No eran supercacks, pero su corazón latía con orgullo.
Los aficionados nos enamoramos de esta generación que parece ahora irrepetible. Es difícil sentir algo por un equipo que tiene en su once estelar, nombres como Malagón, Araujo, Vázquez, Ángulo, Romo, Pineda, Huerta, Giménez, Alvarado, Antuna. Ni uno solo se ve con el carácter suficiente para llevar le estandarte del equipo.
Vamos, no podrían cargar ni la bandera de la escolta en el patio escolar. Son tipos sin prosopopeya. Ni uno solo tiene temperamento de líder, del tipo rijoso y aguerrido de Cuauhtémoc Blanco.
Todos son bichitos que se interesan más por las rastas y los tatuajes, que por iniciar una revuelta que le regrese el buen nombre a un equipo que ha arrastrado el prestigio durante una década.
La peor señal que muestra el Tri es que Javier Aguirre, el entrenador, es un político consumado. Sabe que con este conjunto, así como está, no va a llegar ningún lado.
No hay cantera para extraer material fuerte. El Vasco se la juega con esta nómina de señoritingos, a ver qué es lo que resulta de aquí al 2026, cuando expire el contrato.
De lo que viene después, Dios dirá.