El 17 de septiembre, pero de 1984, seguramente no pude dormir la noche anterior porque era mi primer día de trabajo como reportero de la sección cultural de El Porvenir.
Vivía de estudiante universitario foráneo en un pequeño cuarto con paredes cubiertas de cemento, y sin pintura, en la calle Lirios en el Fraccionamiento Las Flores en Monterrey, junto a las vías del tren. Era vecino de la brava colonia Moderna y la Venustiano Carranza. Tenía un minúsculo espacio que servía de cocina y comedor, y el baño y la regadera estaban en el exterior.
En verano no se sufría la ducha, sin embargo en los cuatro inviernos que ahí viví se me congelaba todo al salir con la toalla enredada en mi cintura. Mis padres quisieron que valorara la vida junto a mi hermano César, mi roomie.
Teníamos lo necesario, nada de lujos. En el refrigerador semi vacío no podían faltar los frijoles que hervíamos en una olla de barro, y huevos en todas las versiones era la base de nuestra dieta de lunes a lunes. ¿Carne?, solo en sueños, si acaso pollo de vez en cuando.
Las monedas para pagar el camión las teníamos exactas para cada día, y la ropa la lavábamos a mano en un tallador. Esa mañana de 17, de septiembre, como lo hacía cada vez que iba a la Facultad, bajaba las escaleras y caminaba hacia la calle Antonio I. Villarreal para tomar el camión urbano, creo de la ruta 34, que me llevaría hasta casi las puertas del periódico.
Con mi jefa Rosa Linda Gonzalez había quedado de empezar a trabajar pasando las Fiestas Patrias. Han transcurrido cuatro décadas y no descarto que sobre el ruta 34 recé dos Aves Marías y tres Padres Nuestros. Por mi debut como reportero hasta la Biblia hubiera leído de corrido semanas antes. No era para menos debutar en uno de los periódicos decanos de la prensa nacional fundado en 1919.
Tuve como compañeros de sección a Sergio Cárdenas (QEPD), Juan José Cerón, Blanca Ruiz y Hernando Sóstenes Garza Lozano, y mi primera orden de trabajo fue sobre una exposición de pintura en la Casa de la Cultura de Nuevo León en la avenida Colón y Emilio Carranza.
Durante el año que me faltaba para terminar la carrera de periodismo en la UANL daba el último teclazo a mis notas en la máquina de escribir, me despedía de Rosalinda y salía volando a tomar el ruta Sierra Ventana o República para no faltar a clases en el turno nocturno.
Gracias al director Jesus Cantú Escalante por su confianza a un estudiante del séptimo semestre que, hasta la fecha, lleva El Porvenir en su corazón.
Y el olor de la tinta y el papel en el olfato… de periodista.