Cuando una mujer critica y hace chismes sobre la nueva novia de su ex, lo único que proyecta es resentimiento, ardor, celos y derrota. En pocas palabras, es una actitud indigna. Creo que todos coincidimos en este concepto. Hacer berrinches, querer sabotear y tirarle “mierda” a quien ganó lo que uno perdió, no solo es vergonzoso, sino que además es una declaración inequívoca de frustración. Lo mismo sucede en política, donde hemos visto de todo y bastante por parte de perdedores indignos.
Criticar a la oposición es complicado porque muchos pueden pensar que es tanto como hacer leña del árbol caído. Se suele pensar que los derrotados merecen compasión y comprensión; y sí, cuando se es digno en la derrota, merecen hasta un cierto reconocimiento por el valor de su lucha. Pero, cuando lo que resulta es puro berrinche, juego sucio, difamación, calumnias, sabotajes, zancadillas y denostación contra el ganador, no estamos ya hablando de oposición, sino de malos perdedores.
Evidentemente aun hay personas (muchas, más no mayoría), que no solo son malos perdedores, sino que también son pésimos opositores. Tan malos opositores son, que me atrevo a pensar que tienen una buena parte de responsabilidad por su propia derrota. Es decir, si el sexenio que hoy termina me decepcionó, más aún me decepcionó la oposición, que fue mediocre, desordenada y desorientada. Si por ineptitud perdieron su posición en el poder cuando lo tuvieron, peor de maletas fueron cuando perdieron. Tan ineficiente y mala oposición resultó ser que, con sus malas estrategias, acabaron por fortalecer y casi convertir en ídolo a quien les ganó, por mucho.
Las noticias falsas (fake-news), los audios alterados con IA, las campañas de sabotaje (No vayas, no votes, no veas, no aplaudas, no leas, no apoyes, etc -resultaron más censuradores que aquel a quien tacharon de “autoritario y dictador”), campañas en redes sociales cargadas de un repudio y un odio recalcitrante e irracional; las teorías y profecías de espanto con argumentos mal sustentados respecto de las políticas del gobierno actual, las marchas, las mareas, de protesta sin propuesta, resultaron ser poco sólidas o plagadas de ideología conspirativa y de ahí que la oposición perdió peso y se vino abajo cual castillo de naipes, perdiendo toda credibilidad. Tanto así que los lideres de los partidos de oposición han puesto su liderazgo en entredicho y uno de esos partidos ya prácticamente desapareció.
La oposición hizo lo mismo y peor de aquello que con tanta enjundia criticaban; pero ese parque ya se acabó, es un numerito muy visto y ha perdido toda credibilidad. Y ahí está el meollo del asunto: La oposición, si quiere tener alguna oportunidad en el futuro, debe empezar por generar credibilidad desde ahora. Esto no se logra hablando mal del otro, sino bien de sí mismos, reorganizándose, reinventándose, consolidándose, siendo congruentes y coherentes con su ideología y apoyándose en propuestas, planes y proyectos alternos que verdaderamente se perfilen como una alternativa viable.
Lo que hoy vemos tiene dos razones de ser: La primera es que los que ganaron supieron jugar su juego y lo jugaron políticamente bien. Y, la segunda es que la oposición no supo jugar su juego y lo jugó mal. Fue una oposición pueril, inmadura, inconsistente, poco inteligente y poco convincente. Los resultados hablan por sí mismos. Aquel 2 de junio 2024 no había más que de dos sopas; y la de la oposición -que nunca se calentó bien- ya se había enfriado.