Una de las clases que más atesoro en mi formación profesional en la Facultad de Ciencias de la Comunicación en la UANL fue la de ética profesional, que si bien recuerdo me fue impartida por la destacada periodista de radio y televisión Maria Elena Meza. A la distancia considero que uno de los objetivos de esa clase en particular era concientizarnos de la importancia de saberse periodista, de comportarse como periodista y de interactuar como periodista.
Desde esas clases aprendí que en la posición del reportero se debe de mantener una sana distancia con las fuentes de información, especialmente si esas fuentes son habituales en la cobertura. Desarrollar la confianza suficiente, pero siempre dentro de los límites profesionales para evitar convertirse en comparsa o en enemigo, lastimando así la tarea noticiosa.
Como seres humanos podemos llevarnos bien o mal con otras personas. En la convivencia diaria con las fuentes, las relaciones entre los periodistas y sus fuentes se aligeran y pueden volverse incluso hasta amistades personales que se mantienen fuera del horario de trabajo. Uno de los ejemplos más comunes ocurre cuando el periodista es invitado al gobierno por su relación cercana con el funcionario en turno. Hay otros casos en los que la capacidad profesional del comunicador es considerada para integrarse al servicio público o la iniciativa privada.
Uno de los riesgos profesionales más comunes es cuando los periodistas olvidan o adelgazan la línea profesional y se convierten en lo que se conoce como “prensa amiga”, esa que, por conveniencia económica, por afinidad ideológica o por simpatía personal se vuelve caja de resonancia, porrista permanente o salvaguardia de la reputación de la fuente.
En mi carrera profesional de más de 30 años he transitado por prácticamente todas las secciones noticiosas tradicionales en un periódico. Desde mi experiencia he visto como algunos periodistas y analistas deportivos y políticos, acompañados por la explosión de las redes sociales, los clicks y los likes, han ido de a poco acercándose más a esa “prensa amiga” que aplaude y aplaude y aplaude.
Las nuevas dinámicas en el periodismo deportivo, especialmente en radio, televisión e internet, mayoritariamente han favorecido que quienes conducen programas y analizan partidos sean abiertamente aficionados o rivales de los equipos que se habla. Hoy, el balance ya no importa, los que vale es el grito, la ofensa, el pastelazo y el debate a manotazos con pocos argumentos que no facilitan la discusión que enriquece a quien escucha.
Que un futbolista haya arrojado un explosivo (porque a reserva del tamaño y potencia, es un aparato explosivo) a un cuarto lleno de personas, a manera de “broma” es deleznable. Peor aún fue la forma en la que el club Guadalajara manejó el incidente y, para efectos de este comentario, el seguimiento que muchos periodistas han hecho del desplante inmaduro de Roberto Alvarado.
Sin llegar a los insultos como Alvaro Morales de ESPN, pero la narrativa de muchos comentaristas -particularmente exfutbolistas- ha sido de minimizar la explosión como una travesura y tímidamente condenar al apodado “piojo”. Otros periodistas que son parte de esa “prensa amiga” se han enfocado en justificar o diluir lo que pasó en Chivas.
Otro ejemplo mas cercano, lo que pasó con Robert Dante Siboldi y Cemex, que ya se echó a la maleta de los archivos olvidados para conveniente beneficio de “los códigos” del futbol.
Vuelvo a mi reflexión inicial: la ética de un periodista implica reportar con la mejor de sus capacidades profesionales lo que se ha observado. No es minimizar ni exagerar, es presentar la realidad con sus diferentes aristas. Igualmente ético es demandar respeto y que se le permita trabajar en condiciones de seguridad.
Aplaudo que la mayoría de los que estuvieron en la explosión abandonaron la sala de prensa, pero repruebo que no hayan presionado al jugador a disculparse con cámaras y micrófonos. Espero que los que fueron afectados en los oídos reciban apoyo médico y legal de sus empresas para recuperarse física, mental y laboralmente. Incluso, que sean compensados por el jugador como reparación de daño. Dudo que esto pase, porque para la empresa, seguramente el riesgo de veto vale más que un tímpano reventado.
México no está para seguir tolerando “bromitas” explosivas de futbolistas con talento en las piernas y ausencia de cerebro, como tampoco está para observar periodistas abandonados por sus empresas.