¿Qué se siente? Al hombre que no tenía gol alguna vez un periodista le preguntó si festejaría en caso de anotarle al equipo que le vio nacer.
Antes de terminar la pregunta el reportero sintió pena de sí mismo, al caer en la cuenta de su imprudencia.
“Me conformaría con anotar…”, rumió hacia sus adentros el hombre sin gol.
El hombre que no tenía gol veía con cierta envidia cómo Mario de Souza Mota “Bahía” y Francisco Javier “El Abuelo” Cruz preparaban sus festejos en los goles que esperaban anotar el fin de semana.
Cuentan que en su infancia alguna vez un balón que salió de sus botines tuvo a bien llegar hasta el fondo de las redes, pero había traspasado la línea de gol a través de un agujero. Todos festejaron. En su fuero más íntimo, sin embargo, él sabía que nunca había anotado un gol.
Una vez Rodolfo del Real anotó un en su debut, y él corrió a abrazarlo intentando reprimir el coraje que le venía adentro porque él, que tanto lo deseaba, nunca había sido portador de tal alegría.
Sin embargo, aquel muchacho en su primera aparición tenía la fortuna de rematar y ver el balón meterse entre las redes.
Soñaba, soñaba despierto. Hasta Everardo Rodríguez Plata y Nicolás Sánchez, que habían nacido para evitarlos, se habían colado entre lo goleadores ilustres en la historia del Club de Futbol Monterrey.
Él, sin embargo, había nacido para ser el hombre sin gol.
Alguna vez conoció a su antítesis, el jugador sin tristeza. Un mediocampista destinado a sentir sólo alegrías, incapaz de experimentar el sentimiento de tristeza, ni siquiera cuando su equipo vivió la desgracia de caer a la Segunda División.
-¿Qué sentirá anotar un gol?
-¿Qué se sentirá estar triste?
Se preguntaron mutuamente cuando sus equipos se enfrentaron en un duelo de la jornada 16.
Ambos eran extranjeros en aquellas tierras donde habían sido privados de experimentar emociones tan básicas del futbol.
Alguna vez soñó que el futbol se había quedado sin gol. Algún hechizo había provocado que todos los remates salieran desviados de las porterías y que el futbol cayera en una profunda tristeza.
El hombre sin tristeza tuvo su propio sueño. Soñó de todo era alegría, que los equipos anotaban goles en racimos y todos los equipos ganaban. La tristeza había sido destinada para siempre.
El hombre sin gol y el hombre sin tristeza sintieron un poco de alivio, una sentido de venganza interior al ser ellos privados eternamente de esas emociones que positivas o negativas era tan importantes son como catalizadores del futbol.
Las gargantas de los narradores empezaban a secarse sin lograr desahogarse sin el grito libertario de gol, y llegaban a casa desquitar su malos humores con sus familias, en aquel sueño del hombre sin gol.
Los matorrales empezaban a poblar las áreas donde los porteros morían de aburrimiento y en las que los técnicos empezaban a remplazar a los delanteros por hombres de medio cambio, creyendo que ahí estaba el remedio.
Pero de pronto el hombre sin gol despertó de su pesadilla y se dio cuenta que ningún hechizo había condenado al futbol a vivir sin gol.
Pero y a él ¿Algún hechizo lo había condenado a ser el hombre sin gol?