1.-El Pacto.
Dolores y Alegrías son el ejemplo perfecto de la profecía cumplida.
Desde que ambas hermanas eran jóvenes, sabiéndose poco agraciadas, entendieron que el matrimonio y una familia propia no estaban en sus destinos. Cuando perdieron a sus padres, ya siendo ellas señoritas de mediana edad, lo único que heredaron fueron la casa vieja, muchos libros y un poco de dinero al que habría que estirar por cuanto les durara el resto de la vida, porque no sabían trabajar.
Así fue que, al pasar los años, metidas en la casa que se deterioraba a la par con ellas, leyeron los libros y se acabaron el dinero que tan meticulosa y frugalmente administraban.
Dolores y Alegrías se estaban poniendo viejas y la casa se había vuelto lúgubre. Por economía, encendían un solo foco de baja intensidad cuando se ponía el sol. Por las noches, sentadas a la mesa de peltre de la cocina, escuchaban los noticieros y las radionovelas en un aparato al que, por algún milagro de la Divina Providencia, no se le habían agotado las baterías en muchos años.
-“¡Qué mal está el mundo!”, decía siempre Dolores en ese espacio que se hace entre noticia y noticia, mientras Alegrías le daba sorbos a su taza de café soluble hervido.
-“Sí Dolores, así mero es. Por eso pienso que después de todo no ha sido tan malo vivir aquí encerradas por nuestro propio gusto y voluntad. Allá afuera no hay nada bueno, nada que valga la pena, nada que merezca que una se arriesgue a salir”.
Respondía Alegrías en un diálogo que se repetía de manera idéntica, todas las tardes la misma hora. Mientras Rufino, el gato, ronroneaba bajo la mesa y se sobaba el lomo entre las piernas de las dos mujeres.
Todo se repetía con una monotonía pasmosa hasta esa noche en la que Dolores, sintiéndose débil y enferma, se sentó a la mesa y Alegrías sirvió la cena que había preparado. Eran dos tostadas hechas con tortillas secas con algo encima que parecía y olía a pescado.
-“Espero te guste”, dijo Alegrías colocando el plato frente a su hermana.
-“¿Y esto de dónde lo sacaste?”, preguntó Dolores sosteniendo la tostada quebradiza con ambas manos entre que daba el primer mordisco.
-“Me encontré una lata de comida para gato que se había quedado en la alacena, Leí la etiqueta de los ingredientes y todo parece muy comestible: subproductos de la carne, pollo y pavo, ceniza y taurina. Además parece paté. Se ve bien, huele bien y sabe bien. Eso es lo que importa. Enciende la radio. Es hora del noticiero”.
Las noticias de esa noche presentaron un reportaje acerca de cómo el mundo estaba envejeciendo. Hablaban del promedio de edad de la población y de cuán preocupante resultaba vivir en un país como el nuestro sin programas de apoyo, subsidios ni pensiones dignas para cuidar de los ancianos. Dolores se angustiaba escuchando y Alegrías ni se inmutaba.
-“Alegrías, ¿recuerdas la profecía que papá nos dijo antes de morir?”.
-“Sí Dolores, la de los cuatro jinetes de la Apocalipsis que se les aparecen siempre a las mujeres ya maduritas como nosotras. Dijo que cuando se nos vinieran los años encima, no veríamos viejas, solas, pobres y enfermas”.
-“Por cierto, ¿Dónde está Rufino?”.
-“Nos lo cenamos ayer. ¡Seguramente no te creíste el cuento de que nos había llegado de manera anónima un cabrito en salsa Dolores! ¡Tienes que comer, estás enferma! Hay prioridades. Tu vida es más importante que la de Rufino el gato”.
-“¡Pero yo lo quería mucho! Rufino era el único ser vivo que me acariciaba las piernas!”, dijo Dolores con gran tristeza.
-“Pues sí”, respondió en tono seco Alegrías, “pero cuando uno está en modo de supervivencia, el deber es antes que el placer Dolores. Y mira, “iris wariris” -concluyó.
-“¿Qué dijiste?”
-“Dije: iris wariris… es inglés… quiere decir “es lo que es”.
Esa noche, Dolores y Alegrías se dieron cuenta de que eran la profecía cumplida. Los jinetes de la Apocalipsis estaban ahí: estaban solas, viejas, pobres y enfermas.
Era momento de hacer el pacto. Se ayudarían mutuamente a morir, con dignidad, sin aviso, sin dolor y sin remordimientos.