Por tradición familiar y por elección personal, mi deporte favorito es el basquetbol.
Serían los meses finales de 1989, en mi segundo semestre de la Facultad de Ciencias de la Comunicación en la UANL, cuando me llené de valor y acudí a una pequeña, casi claustrofóbica, oficina ubicada en una estrecha calle cercana al Tec de Monterrey. Allí, entre escritorios copados de papeles y cajas de cartón puestas por aquí y por allá, conocí al Ingeniero Jorge Ramírez Mota y le pedí una oportunidad como reportero en su Revista “Super Estrellas del Basquetbol”, en ese tiempo quizá la única publicación especializada en todo el país.
El Ingeniero Ramírez Mota respiraba basquetbol, para bien y para mal. En el tiempo que lo conocí, era analista de los muy pocos juegos de la NBA que se transmitían en la TV regia junto a Omar Sandoval; allí dejó huella con su famosa frase “¡que es eso, profesor!” que entusiasta gritaba después de alguna espectacular jugada.
Yo me acerqué a pedir una oportunidad después de un breve paso por el periódico ABC, y para mi sorpresa el Ingeniero me aceptó en su diminuta redacción, sin sueldo por supuesto.
Como buen “practicante” -manera elegante de llamar a la explotación laboral estudiantil- formé parte del equipo editorial completado por el Ingeniero y Reynaldo Mena, hermano de Norberto, una leyenda del basquetbol mexicano con el que después desarrollé una buena amistad.
Tras completar algunas traducciones, redactar algunas notas y aguantar algunos arrebatos de carácter de Ramírez Mota, se me dio la oportunidad de cubrir como enviado especial el campeonato nacional femenil de primera fuerza en la Ciudad de México. Esa fue la primera vez que fui a una asignación periodística.
Mis interacciones con el Ingeniero fueron pocas, así que sería deshonesto adornarme con alguna anécdota salamera. Lo que si puedo decir es que gracias a él tuve la oportunidad única de hacer pretemporada con los Toros de Monterrey, el equipo profesional de basquetbol que el Ingeniero fundó. En esa gira tuve el privilegio de compartir la cancha con la leyenda Antonio Reyes, el gigante de 2.18 metros y ser dirigido por otro inmortal del basquetbol mexicano, Adolfo Sánchez.
Meses después, el Ingeniero me asignó la cobertura del campeonato varonil de primera fuerza en Tijuana, en donde gracias al apoyo del coach Sánchez y la solidaridad de Norberto Mena mi viaje fue tan aventura como cobertura periodística.
Mi relación con Jorge Ramírez Mota, quien falleció el 14 de octubre a los 85 años, terminó cuando mi petición de un salario se estrelló con el muro de su silencio. La vida siguió y cada quien se fue por su camino, y yo decidí quedarme con lo bueno que viví y por lo que aún le sigo agradecido. Su legado en el basquetbol regiomontano es más que suficiente para que el gimnasio Nuevo León Unido lleve su nombre. Ojalá que alguien en el gobierno tenga la claridad y determinación para hacerlo.
Mi segundo deporte favorito, también por tradición y elección, es el beisbol. Gracias a la revista “Super Hit” que mi padre compraba habitualmente, recuerdo una portada en la que se mostraba a un pelotero que se quitaba una armadura y debajo se le veía el uniforme de los Yankees de Nueva York. La imagen me llamó a leer la revista y allí conocí y me aficioné a los mulos de Manhattan.
Una noche de verano, tendría yo unos ocho años, llegué con mi papá a comprar unas hamburguesas callejeras en el centro de Durango capital. En mi distracción infantil y la poca luz mercurial no me di cuenta de un adulto y su hijo que también esperaban por su comida. Fue hasta que mi papá, emocionado como pocas veces, tomó mi mano y me la extendió para que saludara al hombre, a quien mi padre me presentó como DON Héctor Espino, su paisano chihuahuense.
Existe una fotografía, creo que es la única, de mi habitación en las épocas de transición entre la niñez y la adolescencia. Justo arriba de la cabecera de mi cama se ve un poster con los Dodgers de los Angeles en el que resalta la icónica imagen de Fernando “El Toro” Valenzuela en su movimiento de pitcheo, con los ojos al cielo y la pierna derecha en el aire.
A los Yankees con Derek Jeter y Alex Rodríguez los pude ver jugando en vivo visitando a los Azulejos de Toronto. Al “Supermán de Chihuahua” lo traté poco, no tanto como hubiera querido cuando me tocó ser reportero de los Sultanes para el Diario de Monterrey, hoy Milenio. Como a millones, el “Toro” Valenzuela me inspiró para aprender más de beisbol y seguir a los Dodgers en la época dorada del pitcher mexicano, aún y cuando derrotaron a los Yankees en la Serie Mundial.
Desde la cancha, la redacción, la grada o desde la televisión, el deporte y quienes lo practican o dirigen son mágicos. Hay que disfrutarlos.