Entre las muchas marcas que Pelé posee, está la de ser el jugador más joven de la historia en levantar un trofeo de campeón del mundo. Lo hizo en Suecia 1958, a los 17 años de edad.
No es el único genio juvenil, por supuesto. A los 18, Lio Messi se colocó en las sienes los laureles de la victoria como campeón de LaLiga con el Barcelona, y a los 22 ya ganaba su primer Balón de Oro.
Lamine Yamal, con España, a los 17 fue declarado el mejor jugador joven en
el mundo. Fue campeón con La Furia este año, en la Euro de Alemania.
Cuando veo la evolución de los juveniles en latitudes lejanas del orbe pienso en el interés de México en hacer brillar a sus cadetes.
Los jóvenes prometedores, considerados joyas por sus clubes, son simples prospectos que pueden debutar por racimos, pero sin un seguimiento especial y sin un proyecto para ellos. Es difícil planear la carrera de un muchacho con prospectiva y cualidades, cierto. Debe hacer algo de impulo propio y entusiasmo por sobresalir, para alcanzar algún logro significativo. El empuje personal es obligado. Pero, al menos, debiera haber una planeación para desarrollarlos como bases prometedoras. Y no hay nada.
Bueno, sí. Hay una regla para incentivar la participación de jugadores menores a los 23 años. La Regla Sub 23 que obliga a los clubes a cumplir mil minutos con futbolistas menores a esa edad a lo largo del semestre de la temporada regular. En caso de incumplir hay una penalización de tres puntos menos de los cosechados en la campaña. Y algo de sanción pecuniaria.
Esta regla ya ha sido utilizada desde hace muchos años, con diferentes edades y con variadas cuotas de minutos. ¿Ha dado resultados? No. Por lo menos no en años recientes. Extrañamos alguna perla juvenil en México capaz de validar la utilidad de este mecanismo que busca forzar una falta de cultura deportiva institucional para consolidar a los jóvenes talentos del futbol.
Vi por ahí una nota referente a algunos jugadores destacados del balompié azteca, supuestamente surgidos por esta reglamentación: Javier Hernández, Héctor Moreno, Andrés Guardado, Néstor Araujo, Jesús Corona, Miguel Layún.
Cada uno con altas y bajas, más discreto este que aquel, han sido figuras del balompié, pero ningún ha sido el jugador esperado por el país. Y en verdad, llegaron por cualidades propias, no por impulso estatutario.
Rayados puede presumir a Fidel Ambriz, Víctor Guzmán, Íker Fimbres, entre otro, como los muchachos acumuladores de minutos para cumplir la formalidad. América hizo debutar a Dagoberto Espinoza Acosta, Diego Reyes Costilla, Franco Rossano Erchuck. Algunos otros nombres completan la lista de las Águilas juveniles. Chivas presentó a Leonardo Sepúlveda, José Castillo y Jesús Brigido, Cade Cowell y Armando Hormiga González.
Diego Sánchez es el chamaco apapachado por Tigres en esta obligación. Es el canterano estelar y le han dado reflectores y tiempo de juego.
¿Se puede observar algún nombre relevante en este puñado de ensoñadores pupilos, prospectos de estrella? La respuesta es categóricamente negativa.
Son chicos con algo de cualidades, pero muy poca proyección. A muchos de ellos les bastará, para cumplir con su misión en la vida, haber jugado alguna vez en un partido oficial. La experiencia dice que pronto se borrarán de la memoria colectiva, y de sus nombres sólo quedará el archivo en la hemeroteca. Resuenan en este momento, los ecos fantasmagóricos de nombres como Jonathan Espericueta, Francisco Acuña, Carlos Fierro, Marco
Bueno, Ulises Dávila, Julio Gómez. Muchachos con habilidades, prometedores canteranos, vanguardia de la juventud azteca, que terminaron arrumbados en el cajón de los objetos desechados.
Es increíble que después de décadas de insistencia, se repita cada año la necesidad ardiente e impostergable de hacer un plan de párvulos para encaminarlos hacia una formación integral y duradera. Debiera surgir la iniciativa de la federación Mexicana de Futbol. Pero a falta de ese impulso ayudaría la iniciativa de los clubes.
Pero algo es cierto: no es el camino la regla de los Sub 23. Está comprobado.