En su Libro Los 11 poderes del líder, el campeón del mundo argentino, Jorge Valdano, recuerda una anécdota con el entrenador César Luis Menotti.
El equipo fue a ver uno de los entrenamientos de Alemania, rival próximo. Los teutones imponían por presencia física. Habló un jugador, evidentemente intimidado: “César, los alemanes son fuertísimos”.
Respondió rápido Menotti: “¿Fuertes? No diga bobadas, si a cualquiera de esos rubios lo llevamos a la casa donde usted creció, a los tres días lo sacan en camilla. Fuertes es usted que sobrevivió a toda esa pobreza y juega al fútbol diez mil veces mejor que esos tipos”.
Con la anécdota Valdano hace referencia al origen humilde de algunos jugadores y la desubicación que, a veces, arrastran como parte de un complejo de inferioridad.
Recordé las palabras del crack argentino ahora que han despedido vergonzosamente al atacante mexicano Héctor Herrera, del Houston Dynamo.
La razón del cese fue por haber escupido al árbitro Armando Villarreal, lo que provocó su expulsión, merecidísima, por semejante bajeza.
El incidente ocurrió el pasado domingo 3 de noviembre, en el juego contra Seattle Sounders, de la liga de futbol de Estados Unidos.
La mala nota surgió prácticamente de la nada. No había razón para eso que ocurrió. El HH cometió una falta, justa merecedora del cartón amarillo. Enfurecido, desubicado y tonto, el mexicano se dio la vuelta y esputó a los pies del silbante.
El salivazo ni siquiera lo alcanzó. Pero el gesto fue tan obsceno como alardear una flatulencia en una cena de gala. Las cámaras lo captaron de inmediato.
Los mastines del VAR mostraron la evdencia, y el jugador se fue a las duchas y dejó al equipo en inferioridad numérica.
Algunos futbolistas se olvidan de los millones en juego en un partido de futbol. Houston perdió en penales 7-6, luego de llegar empatados 1-1.
Por cada partido que ya no se juega en la postemporada, dejan de ingresar carretadas de dinero en taquillas, esquilmos, transmisiones.
Me recordó el incidente ocurrido en el 2002, rumbo al Mundial de Japón Corea, en partido de eliminatoria entre Brasil y Paraguay, que ganó la canariña. El arquero guaraní José Luis Chilavert, enfadado por la derrota, frente a las cámaras de TV le escupió en el ojo a Roberto Carlos.
Le dieron de castigo de cuatro juegos. La tropelía en la que incurrió Herrera puede ser considerada un dislate millonario.
Convertido en jugador franquicia de club texano, su contrato es en dólares. Él, como cualquier otro jugador de nivel premier, es una industria en solitario. Gana mucho dinero porque genera igual.
Para el equipo es un activo valioso y le reditúa ganancias considerables a la administración de la organización.
PROVECHOSO MAL EJEMPLO
Pero todo eso ya es historia, pues ha tirado sus beneficios jugosos a la basura. Había firmado en el 2022 por dos años.
Su contrato expiraba al finalizar este, pero había interés de renovarlo. El mexicano es un jugador que llama la atención y resulta muy productivo en la cancha, con un volumen de juego importante.
Es medalla de oro en los Juego Olímpicos de Londres 2012. Estuvo en las Copas del Mundo del 2014 y 2018.
Resulta inexplicable su actuación errática. El gerente del Dynamo ha salido a disculparlo, pero de manera velada.
Luego del incidente, consideró su acción inaceptable, pero matizó el hecho, al señalar que su baja obedecía a otros factores, como su ausencia de casi la mitad de los partidos en esta temporada.
Dice que no lo corrieron, que simplemente no le renovarán el contrato, ahora que el equipo quedó fuera de los play offs.
Por supuesto que debe hablar bien del jugador. Es indispensable pulirlo para ponerlo en el aparador de las ventas.
Héctor ha dilapidado toda su herencia futbolera en un solo minuto de locura. Revela una inmadurez inaceptable para un jugador de su jerarquía y lo refleja como un peladete que, luego de años y años en la élite, no ha aprendido nada.
No ha podido comportarse como un gentleman, como se le demanda a quienes ocupan una posición de esa jerarquía. Es sencillo extraviarse en la molicie proporcionada por fama y dinero.
Los recesos entre temporadas, en yates de lujo y resorts paradisiacos, lejos de hacerle valorar la posición que ocupa en el futbol, parecen haberle diluido algunas membranas cerebrales, disminuyéndole el coeficiente intelectual y moviéndolo a comportarse como un patán.
Ojalá su mal ejemplo sirva como recordatorio de la conducta obligada de un jugador profesional pero, principalmente, de una persona decente.