Aún sueño despierto con aquel túnel angosto que recorríamos rumbo al campo o a los vestidores, con el riesgo de enfermarse de claustrofobia.
Y ya la cancha el calor de un sol que quemaba y una afición que intimidaba. El Corona, vetusto, rústico, incómodo, a veces hasta mal oliente, se erigía entonces en medio de lo que alguna vez fue una laguna, como un monumento al futbol. Un monumento que nos hacía felices hasta a los que íbamos de visita.
Salir de ahí con vida futbolísticamente hablando, y de vez cuando literalmente, era un acto de heroísmo.
Si alguien quisiera entender el porqué de la popularidad del futbol en el mundo le bastaría con adentrarse en aquel viejo Corona para entenderlo todo en una tarde.
En un tiempo donde la globalización derriba fronteras y el concepto de identidad colectiva se debilita y la individualidad se pierde, surge el futbol y una pasión como la del Santos para recordarnos que aún es posible amalgamarnos en torno a sueños, ideales, valores y visiones en común. Es decir, sentirse parte de una comunidad, de una tribu, con todas las recompensas para el alma que eso representa.
Como reporteros viajábamos alrededor de cuatro horas desde Monterrey, por carretera para cubrir los partidos de Rayados o Tigres ante el Santos. Siempre íbamos preparados para una cobertura apasionante.
Presencié victorias heroicas. Como aquella en que Ricardo Martínez detuvo todo para que el Monterrey con un hombre menos lograra la victoria 1-0.
Y qué les parece aquel triunfo con el gol en tiro libre de Luis Pérez después del minuto 90. Triunfo de 2-1 ante el Santos que embaló a unos Rayados que no pararon hasta coronarse en el Clausura 2003.
La pasión por el Santos siempre ha sido difícil de entender, pero también ejemplar. Un compañero de trabajo originario de Torreón solía acudir a la oficina en Monterrey con unos calcetones del Santos y ropa de vestir el día que iban a jugar sus Guerreros, para ver el partido por televisión. Todo como tributo a su equipo.
Él mismo compraba su abono para los partidos en el Corona, aunque sabía que casi no iría a ningún partido porque estaba todo el año fuera de Torreón.
En la cancha el equipo solía ser integrado por auténticos guerreros, lo mismo en las época de las vacas flacas que en las de bonanza, desde los tiempos de Dolmo Flores hasta los de Ramón Ramírez.
Pero un día la modernidad llegó y alguien pensó que el Santos ya era de otra categoría como para tener un estadio más moderno y quizá merecer otro tipo de afición. A la distancia no lo sé.
Pero duele ver vacías las tribunas del Territorio Santos Laguna.
El futbol no sólo ve cómo se desarticula a una de las mejores aficiones de México… sino ve desvanecerse esos conceptos que hacen del futbol un deporte universal: la pasión como una expresión colectiva de valores.