Los norteamericanos eligieron a Donald Trump como presidente de los Estados Unidos durante el próximo cuatrienio. Más allá de las críticas al sistema electoral que le permitió al candidato republicano alzarse con la victoria, lo la relación bilateral entre México y el poderoso socio comercial del norte se perfila como un escenario de conformtación entre dos estilos de populismos, el de derecha, representado por Trump, y el de izquierda, instaurado por López Obrador y continuado por su sucesora, Claudia Sheinbaum.
Desde luego, será una lucha desigual. Por una parte la de la primer economía mundial; por el otro, un México debilitado económicamente, que carga con una deuda pública que ha alcanzado niveles alarmantes, a pesar de la “austeridad republicana” con más de 6.6 billones de dólares, lo que representa ya un alarmante 51.2 por ciento del PIB nacional.
Otra diferencia es la forma de negociar. Trump, conocido por su enfoque beligerante, negocia con amenazas, como la imposición de aranceles, o inclusive la intervención contra los cárteles que trafican con fentanilo. A esto se suma su conocido carácter misógino, que podría ser un ingrediente adicional en su trato personal con la presidenta mexicana.
Una señal de las tensiones que se avecinan se desprenden de las recientes declaraciones del Embajador Kent Salazar, quien afirmó que López Obrador ignoró reiteradamente las solicitudes del presidente Biden en materia de seguridad, calificando la política de “abrazos, no balazos” como un fracaso que dejó un saldo histórico de homicidios dolosos en el país. Con ello no solo se debilitó la cooperación bilateral, sino que también distanció a México de su principal socio comercial.
En contraste, López Obrador buscó alianzas con regímenes autoritarios como Cuba, Venezuela y Nicaragua, cuyos beneficios para México han sido cuestionados.
En un mundo donde las economías está estrechamente interconectadas, la soberanía no se limita al control fronterizo, en especial si es nuestra frontera norte, una de las más activas del mundo en el intercambio de mercancías y tránsito de personas.
Insistir en una narrativa obsoleta y trasnochada de soberanía que rechaza cualquier colaboración externa, puede llevarnos a repetir errores del pasado. No se trata de permitir injerencias, sino de aprovechar las oportunidades que ofrece una relación bilateral fuerte y justa. Ignorar este contexto para buscar alianzas con países en crisis económica y social es una apuesta peligrosa; solo hay que ver cómo les va a los cubanos, nicaragüenses o venezolanos.
Distanciarnos de la primera economía del mundo sería un grave error. Es imperativo que la presidenta Sheinbaum evite replicar el guion trazado por su antecesor desde Palenque o, peor aún, por líderes de otras latitudes con agendas contrarias a nuestros intereses.
Es alentador que la presidenta haya confirmado su asistencia a la Cumbre de Líderes del G20 en Río de Janeiro,un espacio que su predecesor desairó en repetidas ocasiones. Este gesto puede marcar un cambio hacia una política exterior más abierta y exitosa.
México está ante una encrucijada histórica. La relación con Estados Unidos, liderado nuevamente por Trump, será un desafío monumental que requerirá inteligencia, estrategia y, sobre todo, unidad nacional. Claudia Sheinbaum tiene la oportunidad de marcar un antes y un después en nuestra política exterior, dejando atrás las posturas polarizantes de su antecesor para construir un puente sólido con nuestros socios del norte.
El camino no será fácil, pero si la presidenta apuesta por una diplomacia firme, inteligente y pragmática, México podrá avanzar hacia una relación bilateral basada en el respeto mutuo y el beneficio compartido. Más que resistir al embate de Trump, el reto será demostrar que México tiene la capacidad y el liderazgo para defender su soberanía sin renunciar al desarrollo.
En un mundo que exige cooperación para resolver problemas globales, la política de aislamiento no tiene cabida. Lo que está en juego no es solo nuestra relación con Estados Unidos, sino el futuro de un país que merece mejores oportunidades y un lugar destacado en el escenario global. La era Trump no debe ser una amenaza insuperable, sino un llamado a la acción para un México más fuerte y unido.