En su infancia Dulce pecaba de soñadora. Desde muy niña tuvo un lenguaje que sabia expresar sus anhelos. En el alfabeto hebreo, el número 13 equivale a la palabra “Ejad” que significa “uno”. Para ella este número cabalístico nunca fue de mala suerte.
La calle 13 entre las calles Matamoros y Abasolo fue testigo al inicio de los sesenta de unas niñas, primas y vecinas que jugaban a cantar, la gran diferencia entre todas la marcaba una muy precoz de nombre Bertha, quien en su fuero interno más que juguetear calentaba los motores de sus sueños en esa infantil necesidad de cantar y de soñar.
La infancia con sus sueños luminosos la invadía y su corazón de niña palpitaba con orgullo cada uno de sus anhelos que tenía para su futuro, y nunca tuvo empacho en gritar a los cuatro vientos sus deseos de ser cantante, que más que un sueño pueril era una proyección onírica del futuro que no tardaría en llegar y muchas mañanas le contaba a su madre la alucinación, estando dormida, de la noche anterior:
-Ayer cante tan bonito y me aplaudieron tanto mamá.
De esta forma en el corazón de Dulce golpeaba el diminuto e impetuoso martillo de una fijación que invadía su presente apuntando hacia su futuro. Su madre cavilando tan seria para sus adentros se limitaba a dedicarle una mirada inquisitiva, amorosa y melancólica, como si quisiera llegar hasta su alma y le respondía:
– ¿Por qué sueñas esas cosas?
Al parecer la de Dulce era una pasión congénita desde la gestación de su madre que nos lleva a cuestionarnos si los caprichos de Doña Gloria influyeron o no sobre Dulce cuando la llevaba en su seno o cuando la concibió, muy probablemente su madre sintió pasión por el canto durante el embarazo, pues engendró a una niña de un apasionamiento musical extraordinariamente exaltado que la llevaba a ser blanco de burlas de sus maestras y compañeras de la primaria, un placer cruel y refinado. Pero la expansiva soñadora no pararía hasta ver su sueño hecho realidad independientemente de la expectación de burla que le precedió durante buena parte de su niñez.
Ni la extrema vocación de Doña Gloria por la vida real canceló la capacidad soñadora de Dulce por su vocación de cantante. Cuando niñas, ella y su hermana escuchaban a su madre decir:
-Aquí no hay Santa Clos, aquí yo soy la que trabaja para que ustedes puedan tener un regalo.
No había árbol de navidad, no había reyes, no había piñatas, ni hubo quinceañeras. No hubo nada porque no había dinero, sin embargo, en la encrucijada de la vida real y la ficción, en su fuero interno Dulce vivía nítidamente la descripción de una quimera hecha realidad. Todo en ella era movimiento y efervescencia musical y comenzó a cantar a los 14 años y a generar un ingreso de tres mil pesos semanales cuando Doña Gloria ganaba mil pesos al mes, fue cuando tuvo su primer árbol de navidad. Su talento le daba ya medios de vida dignos.
El Hotel Holiday Inn en Matamoros se comenzó a construir en octubre de 1968, Dulce empezó a trabajar como cantante a los 14 años en 1969 y el 5 de junio de 1970, el Lic. Enrique Sodi Álvarez, director del Programa Nacional Fronterizo (PRONAF), lo inauguró, era el primer hotel de cinco estrellas en la ciudad con una inversión entonces de 35 millones trescientos mil pesos y construido sobre los Esteros Cuarteles que era la parte más cenagosa de la ciudad.
Dulce comenzó a cantar en el salón Colonial del flamante hotel a sus 17 años en 1972 y tuvo la fortuna que en Noviembre de 1973 Julio Iglesias se presentara en la ciudad de Matamoros justamente en el hotel mencionado. El destino le sonreía pues era tal la calidad de su voz que los organizadores la citaron y le dijeron:
-Bertha tu abrirás la presentación de Julio Iglesias.
Al escuchar estas palabras el corazón de la matamorense latía desenfrenadamente contra su pecho, como un badajo en la sonora pared de una campana, pues hasta ese momento no se había encontrado así de cerca de alguien tan enigmático como el cantante español que ya estaba casado con Isabel Preysler y ya cantaba “La Vida sigue igual” y “Por el amor de una mujer” entre otras.
En aquel ya lejano 1973 el español tenía treinta y Dulce tan solo diez y ocho años que a la estrella ibérica le pareció tan joven que al verla le dijo:
-Pero si sos un crío mujer.
Dulce solo sonrió con un enorme aire de satisfacción al ver que sus sueños comenzaban a hacerse realidad. Quien a los diez y ocho años empezaba de esta manera (o, más que empezar, ya desde el mismo principio alcanzaba la perfección) tenía que llegar a convertirse con el paso del tiempo en hermana de José Jóse y de Juan Gabriel.
Sesudo lector, permíteme ponerme apologético, la figura de Dulce es y será recordada como uno de los grandes prodigios del talento musical precoz; a esta edad no conozco en toda la Historia musical tamaulipeca ningún otro ejemplo de tal infalibilidad en el dominio del canto, de semejante envergadura del ideal de la inspiración desde niña y de tal saturación en el timbre de su voz, como el de esta genio grandiosa, que ya a sus catorce años, con su voz vibrante y una interpretación insuperable, quedó inscrita en los anales eternos de la música en México.
Querido y dilecto lector, los insospechados inicios de esta cantante matamorense y su simultánea perfección constituyen un fenómeno que difícilmente puede repetirse en una misma generación. Por eso las primeras personas que tuvieron conocimiento de su majestuosa entonación quedaron maravilladas ante aquella increíble aparición, casi como si se tratase de un hecho sobrenatural. Dulce merece con creses el nombre de una avenida relevante en su natal Matamoros.
El tiempo hablará.