Hay nombres que asociados a un hecho impactante definen un fenómeno social.
La historia aciaga de Alberto Onofre nos marcó para siempre, a sus contemporáneos, a los futbolistas y aficionados de otras generaciones.
A los ojos de la opinión pública murió por segunda vez este 9 de enero. Su corazón de alguna manera había dejado de latir aquel 27 de mayo de 1970, pocos días antes del debut de la Selección Mexicana en el Mundial de México 70.
Onofre, figura de las Chivas del Guadalajara, en un día lluvioso resbaló y chocó con Juan Manuel Alejándrez, jugador del Cruz Azul, durante un entrenamiento. Onofre sufrió fractura de tibia y peroné, se perdió el Mundial y su carrera nunca volvió despegar.
La fatalidad lo encontró sin que el tuviera culpa alguna. ¿Qué podría habérsele reprochado a este jugador que sólo fue víctima de las circunstancias?
La diferencia con otros figuras que perdieron la vida, como el boxeador Salvador Sánchez o el torero Valente Arellano, a quienes podría reprochársele que conducían un auto y una moto a exceso de velocidad, a Onofre sólo podía culpársele de haber usado unos tachones inadecuados para el pasto resbaladizo.
Onofre nos deja como legado que hay que vivir cada momento al máximo y estar preparado para enfrentar la adversidad si esta llega de repente sin avisar, y sin haber hecho algo por encontrarla.