Cancún, Q.R. / Dic. 7
Son un par de zapatillas vistosas y correlonas. Rosa fluorescente. Solamente se vendieron 60 en México, presume el comprador, a quien le han llevado a otra final, la segunda de este año, la que ansía ganar. César Villaluz libró sus desencuentros con los postes para amarrar el pase del Cruz Azul a la serie por el título del Apertura: Potente disparo que lo libró todo, hasta su mala suerte.
Hoy se cumplen 11 años de que La Máquina fue campeón de Liga por última vez. A César no le hablen de eso. Esa historia se la han platicado los más viejos en La Noria, a él no le tocó y por eso es que no cree en ella. Y se forma la propia. Con fuerza, empuje; ¡ah!, y con sus zapatos rosas.
También se le han visto algunas en color verde chillante, naranja, rojo. “Discreto el muchacho”, rompe el silencio un joven en las tribunas del Andrés Quintana Roo. Carcajadas automáticas. Pero las luminosas zapatillas no son más que los motores del motor del Cruz Azul. Éste se mueve por todos lados. Así ha sido su carrera. Chaparrón, fuerte, oportuno. Como este sábado, cuando a los cuatro minutos de la vuelta ante el Atlante reventó el ánimo de los aficionados azulgranas con un tanto de buena hechura.
Seguro raspó esos zapatos rosas. Fue un impacto fuerte, imbatible. Ya los limpiará para que estén listos para la final. Él espera rival, aunque eso parecería lo menos importante.
Este fue el segundo gol de Villaluz en todo el Apertura. El primero se lo clavó a los Pumas para finiquitar, como este sábado, la serie de los cuartos de final. No había sido la temporada más productiva para la joya de la cantera celeste desde que amarró la titularidad en el 11 del equipo. Los postes se le cruzaron cuando menos una media docena de ocasiones para impedirle gritar el gol, que ha llegado en el momento preciso.
De hecho, en la ida de esta semifinal ante los Potros de Hierro, el atacante celeste tuvo una clara oportunidad ante la meta de Federico Vilar. Controló con el pecho y disparó en carrera, pero el balón volvió a pegar en el poste en una acción de mucha fortuna para los azulgrana, a quienes ya no perdonó en la vuelta y sentenció las cosas en favor de un equipo urgido de gloria.
El valor del chico de la eterna sonrisa no se mide exclusivamente por los tantos que marca. Si fuera por eso, ya no estaría en el equipo, como muchos otros atacantes que han pasado por la institución sin gloria. César es una de las principales salidas del cuadro de Benjamín Galindo. No para, defiende, ataca, centra, se barre. Hace caras y se ríe, siempre se ríe.
El reconocimiento de la pocos aficionados cementeros en Cancún fue inmediato. Villita fue el último de los jugadores del Cruz Azul en salir de los vestuarios para abordar el autobús del equipo. “Eres un gran jugador”, se escuchó primero. “César… César… una foto”, y volvió a sonreír, saludó y se subió al transporte donde le esperaba el resto del equipo.
Éste no le ha entrado a la cábala de los ‘barbudos’. Quizá no la tiene tan tupida como para alcanzar a Torrado, Riveros, Beltrán y Sabah con el mostacho y demás vello en cara, pero también tiene sus preferencias: camina rumbo a la final con unas deslumbrantes zapatillas rosas.
Discussion about this post